sábado, 24 de marzo de 2012

Evaluación "rigurosa"

“La apariencia de rigor se convierte en una amenaza de perfiles contundentes. Los ribetes científicos disminuyen la capacidad de crítica y prestan un peligroso aval. Si entendemos/practicamos la evaluación como un proceso difícilmente contestable en su concepción, en su desarrollo, en su utilización, difícilmente podrán ser discutidas las conclusiones: ‘Este alumno ha suspendido’, ‘este centro escolar es malo’, ‘esta experiencia educativa es excelente’, ‘esta actividad tiene que desaparecer’, ‘estas personas tienen que ser excluidas’”.. (Santos Guerra, 1988: 144)




               Cuando hablamos de control de calidad en la industria lo que se busca es establecer la distancia que existe entre el producto que se ha elaborado y aquel que se ha diseñado, y del cual se tiene un prospecto que ha superado las pruebas iniciales antes de constituirse en el modelo que orienta la producción. El estándar viene dado por las cualidades técnicas, la utilidad a la cual es posible atender dado los rasgos peculiares que posee y el acabado final. Si el producto obtenido no responde al modelo, se revisa el proceso de producción para realizar los ajustes necesarios hasta que se cumplan los estándares previstos. Ahora bien, no importa quién lleve a cabo los procesos siempre que cumpla con el perfil de competencias requerido y tampoco dónde se realice la producción, pues los procesos ya están definidos de antemano y sólo se modifican si cambia el diseño del producto.
                Parece obvio que lo anterior no debería aplicarse en un aula, o en general en educación. No obstante, lo que subyace a ciertas prácticas evaluativas indican lo contrario, sobre todo relacionadas con certificación de centros, desempeños escolares para acceder a estudios superiores, evaluación docente. Pareciera haber un modelo de organización al que debe responder el centro escolar y que, en teoría, debería producir estudiantes con determinados competencias deseables para su inserción social y desarrollo personal. Se describen procesos generales, se desarrollan iniciativas conforme las temáticas de moda, se realizan prácticas de innovación que no logran sostenerse en el tiempo, mientras lo que efectivamente sucede en un centro escolar no puede ser reducido a un diseño de proceso en el que sólo operen constantes, situaciones invariables y el ‘producto’ no fuera capaz decisiones ni juicios.
                O tal vez si sería posible si la educación se remitiera específicamente a la instrucción y a la adquisición de competencias para desempeñarse en ámbitos muy específicos y , aún más, si fuera posible descartar a todos aquellos que no lograran los aprendizajes mínimos. También se aplicaría a la evaluación docente, pues es fácil establecer los requisitos de un buen instructor cuando se le asocia a lo que debe enseñar y se conocen o se han descrito claramente las estrategias para que los alumnos aprendan lo que enseña. Amén de parecer una paradoja, así es como se diseñan procesos de evaluación externa concibiendo la educación como instrucción, pues desde esa perspectiva, los estándares parecen más precisos y los procesos se pueden orientar mejor.
                El problema es que hay un discurso compartido por muchos en el cual se tiene la pretensión de ir más allá de la instrucción hacia la formación, hacia la posibilidad de que un ser humano haga emerger de otro ser humano toda su potencialidad. Y esto encuentra dificultades que opacan las buenas intenciones, porque no se cuenta ni con la descripción de los procesos necesarios para ello, ni es posible pasar por alto que esa finalidad requiere de un perfil docente que excede lo profesional y atañe a lo humano: podemos saber lo que queremos, incluso escribir sobre ello, pero no necesariamente sabemos cómo hacerlo ni poseemos en nuestro acervo personal la experiencia de haberlo logrado siquiera con nosotros.
                        No es negar a los grandes anhelos humanos el poder que tienen para hacernos trascender; pero sí es dar a la evaluación el valor relativo que le corresponde, el mismo valor que deben tener tanto los estándares como los modelos que pretenden validar la realidad y anteponerse a ella.
                        Un ejemplo baste para ilustrar la inconveniencia del afán de totalidad: cuando se aboga por evaluar lo conceptual, lo procedimental y lo actitudinal, se debe pasar de la generalidad discursiva a lo operacional, a saber no sólo qué se va a enseñar sino a las estrategias didácticas que permitan generar aprendizajes. El silencio frente al “cómo se hace” no oculta la humildad profesional sino una gran interrogante que debe resolverse en la práctica del aula; pero que no necesariamente será respondida. Por otro lado, lo actitudinal no se comprende siempre como los valores inherentes o en relación intrínseca con determinados conceptos o procedimientos, por lo que se saturan las planificaciones y luego las evaluaciones con valores descontextualizados y que, además,  nunca estuvieron presentes en la actividades de aprendizaje, ni en las rutinas de aula: se planifica lo que no se hará y se solicita evaluar lo actitudinal como si el docente supiera cómo desarrollarlo  más allá del discurso (cuando no el sermón). Lo que sí  sigue evaluando el profesor es lo susceptible de instrucción o aquello frente a lo cual sabe instruir. 

El problema no es el dato, sino el dato aislado;
el problema no es la evaluación, sino la evaluación descontextualizada
Aún más lo que sigue evaluando el sistema de admisión a la universidad, por lo menos en Chile, es lo susceptible de instrucción masiva: conceptos y relaciones, competencias fundamentales relacionadas con lectura y operatoria matemática en distintos niveles y aplicadas a distintos contenidos. Cuando los centros escolares sólo preparan para ello, se dice que ‘adiestran’; no obstante se les felicita por el logro de los ‘estándares’ que fundamentan esas evaluaciones.



                                Es posible  diseñar, incluso imponer, procesos evaluativos exhaustivos en los que hay implícita una representación de la realidad con afán de totalidad. De la misma manera elaborar instrumentos de evaluación que pretendan dar cuenta de todas dimensiones posibles de abordar en el control de calidad de un aprendizaje complejo. El problema es que anterior al instrumento no se ha desarrollado un proceso que comprenda todas las dimensiones descritas y que la distancia entre la representación de la realidad que subyace al instrumento, que es un ideal descontextualizado y atemporal,  y lo que efectivamente se trabaje en un aula exhaustivamente y a escala humana, sea simplemente insalvable. Sólo es posible evaluarlo todo, si se han desarrollado estrategias de enseñanza, si se han diseñado actividades de aprendizaje y si se han implementado de manera que sea posible hacerlo todo; y aun así siempre y cuando consideremos que los alumnos son una constante del sistema y  no otra de las variables (sólo algo sobre lo cual se ejerce una influencia que modifica su conducta).
                                 La apariencia de rigor de la evaluación tiene que ver más con un ejercicio de poder, que con la búsqueda de un lenguaje común, de ciertos criterios que nos permitan tomar decisiones y está más ligada  a una perspectiva tecnológica de la evaluación que, no obstante, nos da cierta certeza y argumentos para justificar las decisiones que tomamos y sostener nuestra autoridad.


                                  Cuando se evalúa el desempeño de los docentes en la práctica de aula, por ejemplo, se elaboran listas exhaustivas de ítemes distribuidos en varias dimensiones.    
Se intenta describir el comportamiento ideal y se asegura la rigurosidad a través de mecanismos clásicos que otorgan validez y fiabilidad, y el instrumento es técnicamente perfecto. No obstante, la evaluación se reduce a una única observación o a observaciones parciales, a partir de las cuales se emiten juicios sobre desempeño. Se confunde en este punto el uso de instrumentos de recogida de información para contribuir con la mejora y la formación del docente, con la recogida de datos para una investigación, con el dar un dictamen sobre el estado del arte sin considerar las condiciones reales en que el comportamiento descrito acontece.

"una tecnología compleja que [requiere] información y práctica en el desarrollo de sistemas de medición fiables y válidos construidos de manera que sean capaces de capturar la complejidad de la información sobre la ejecución de los aprendizajes por parte de los estudiantes” (Mateo, 20oo:61)

                                         Subyace en esos instrumentos un perfil de competencias docentes descontextualizado y atemporal.  Cuando un aula está saturada de estudiantes, difícilmente el docente a cargo generará estrategias que permitan el aprendizaje de todos los estudiantes y atenderá las necesidades individuales; no obstante se le considera competente si es capaz de obviar esta situación, por lo tanto la competencia docente se transforma en resiliencia.

                                    En conclusión, dos ideas para la reflexión:

       1.        una educación que pretende abordar todos los aspectos de lo humano, pero que se evalúa en términos de instrucción; y tal vez deberíamos aspirar a dar una buena instrucción antes que una mediocre educación, o una instrucción disfrazada de educación;
       2.       todo proceso evaluativo y los instrumentos que en él se consideren responden a un perfil a un determinado modelo de la realidad, que aunque sea muy exhaustivo y teóricamente completo, sino se sitúa como parte de un proceso real, en los centros, es sólo una referencia que pierde su valor orientador o, en términos perversos, orienta hacia un modelo que genera frustración constante porque requiere de otras situaciones contextuales, incluso ideales, para ser desarrollados y  no sólo la buena voluntad de los agentes escolares.

Como señala Gairín (2009: 16)
“ la evaluación, desde la perspectiva tecnológica, suele enfatizar en la valoración de acuerdo a un modelo preestablecido y aplicado de una manera uniforme  a todas las situaciones independientemente del contexto en el que sitúan. La verificación se realiza a partir de indicadores para la construcción de una instrumentalización variada”.
 
                  La asepsia y objetividad que se asignan a esos modelos no permite el cuestionamiento.  Pero es posible contextualizarlos y utilizarlos como medios para obtener información que permita la autorregulación, es decir, que se inserte en “procesos vinculados a la mejora permanente de la intervención, a partir fe la actuación de los propios protagonistas” (Gairín, 2009:6). Pueden ser reconducidos, revalorizados en función de las características y necesidades de una comunidad determinada y condicionar el valor de la información que permitan recabar a la congruencia con la realidad de la que pretenden dar cuenta.


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Referencias bibliográficas
Gairín Sallán, J., Bautista García-Vera, A., Díez Arcos, P., Espanya, & Instituto Superior de Formación y Recursos en Red para el Profesorado. (2009). Nuevas funciones de la evaluación. Madrid: Ministerio de Educación. Secretaría General Técnica. Subdirección General de Información y Publicaciones.
Mateo Andrés, J., & Universitat de Barcelona. (2000). La evaluación educativa, su práctica y otras metáforas. Barcelona: ICE Universitat de Barcelona.
           Santos Guerra, Miguel (1988), Patología general de la evaluación educativa. En Infancia y aprendizajeN°41, 143-158.







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