Althea
miércoles, 11 de abril de 2012
Una tarea pendiente
En la primera entrada de este Blog, desarrollé el tema de la aculturización y mencioné la película Machuca, basada en un experimento educativo llevado a cabo en Chile en la década de los '70. En esa oportunidad ofrecí publicar en la siguiente entrada lo acontecido con el protagonista de esta historia. Para cerra este primer ciclo de entradas, copio íntegramente el testimonio del verdadero Machuca, aparecido en el diario eléctrónico El Mostrador el martes 19 de abril de 2011.
Artículo
Martes 19 de Abril de 2011
La cruzada del verdadero Machuca
Testimonio de Amante Eledín Parraguez*
1. La pobreza no es miseria
Me conocen por Machuca. Mi verdadero nombre es Amante Eledín Parraguez y soy el niño de cuna humilde que el cineasta Andrés Wood hizo famoso en su película. Tengo 55 años, llevo treinta como profesor y vivo con una de mis hermanas en La Florida. Tengo dos hijos, Camilo, el mayor, de 26, es músico. Mi hija Danae tiene 22 años, es gastrónoma y estudió en Francia. Soy el mismo que, nacido de padres campesinos que tuvieron once hijos y con años pasados en la pobreza, pudo hacer su enseñanza media en un colegio inglés privilegiado, el Saint George's. El mismo que cambió su vida por el cariño de los fathers -a los sacerdotes les decíamos así- y el programa de Integración Escolar, que, un día, terminó abruptamente. Un programa generoso, que se convirtió en mi ventana al futuro. Gracias a él, pude estudiar Pedagogía en la Universidad de Chile y, a fines de los 70, hacer un magíster en Educación en la Universidad de Portland, Oregon. Me convertí en el primero de mi familia en ir a la universidad.
En los años 80, trabajé como profesor en proyectos de educación popular de la Vicaría Oeste -muchos años estuve ligado a la iglesia- y en un colegio del barrio Mapocho. También pasé dos años en una escuela rural del sur. Y, lo más importante: en 1986, hice, por primera vez, clases en el Saint George's. Volví como profesor después de haber sido alumno. Me quedé sólo dos años, pero más tarde regresé y estuve otros quince.
A mi colegio, que llevo en mi corazón, le debo haber nacido de nuevo, a los catorce años. En él aprendí a vivir, contra toda mi timidez, mi inseguridad y mi silencio.
Silencio, porque con mis compañeros ricos, yo casi no hablaba. Me fui hacia adentro y vencí la batalla, apoyado en el amor ancestral por la tierra y la naturaleza que me enseñaron mis padres de Colchagua. Ese amor desbocado, que todavía sentimos mis hermanos y yo, por la montaña, las siembras, las piedras, el agua y los árboles. Mi relación telúrica con la tierra me sacó adelante en esos años tan fascinantes, pero duros. Y es que yo, en verdad, no debería haber vivido lo que viví. Fue un milagro.
Mis papás eran temporeros de arroz y porotos y nacieron en Larraín Alcalde, a unas horas de Pichilemu, una tierra de secano, pobre y nostálgica, que en los 80 perdió a su ferrocarril, el tren de mi infancia. Mi padre era un cantor a lo poeta. La poesía en décimas y la música van de la mano con el campo, y esa era su vocación natural. Es un canto que se hace con guitarra traspuesta y que se aprende con la leche, con el viento y los sauces. Un canto que recoge la vida y la muerte: en esas campiñas de trigales, la fe mueve montañas. Hoy voy mucho para allá, aunque fui el único de los once que nació en Santiago. En esas tierras costinas hay mucha poesía y mucho canto enterrado, y me interesa rescatarlos. Estoy comprando un terrenito para hacerme una casa, que quiero que sirva como centro cultural a investigadores y profesores que se interesen en estudiar nuestras tradiciones centenarias. Esas huellas son la raíz de Chile.
En mi familia éramos pobres, pero todos apreciábamos la cultura. Mi mamá fue analfabeta, pero cuidó mi biblioteca cuando viajé.
En 1955 mis padres emigraron a Santiago y, desde entonces, fueron temporeros y jardineros en chacras de San Damián en Las Condes. De ahí, en 1971, salí yo al colegio Saint George's. Mis valores los aprendí ahí. Por ejemplo, el derecho inalienable a la educación, aunque se haya nacido sin dinero.
Aprendí que la pobreza es luminosa, va dejando una estela de luz a su paso. La pobreza para mí no es miseria. Y lo digo con conocimiento de causa: muchas veces vi a mi mamá quemar con una brasa encendida un poco de azúcar en la taza y echarle agua. Era nuestro té, con gusto a ceniza. Tomábamos agua caliente con hierbas y salíamos a recoger frutos silvestres, pero no siempre era suficiente. Cinco hermanos míos murieron en la primera infancia, algunos de tos convulsiva. No teníamos zapatos. A veces, el Estado nos regalaba unos plásticos.
El Saint George's fue un cambio brusco. Un tremendo aprendizaje, porque no quería que me rechazaran. Aprendí a arremangarme la camisa y a peinarme igual a los niños del nuevo colegio, la única diferencia era el color del pelo: yo era tan moreno que mi mamá a veces me llamaba "mi curiche"; los demás eran rubios o trigueños de ojos claros. En clases y en los recreos me mimetizaba. Un día, en una ronda en el patio, me salió natural decir que yo también veraneaba en Zapallar, aunque el único balneario que conocía era el río Mapocho, a la altura del Puente Nuevo, donde vivíamos en un campamento. De estas cosas me acuerdo sin dolor, porque para mí esta ha sido la experiencia más importante de mi vida. He intentado vivir con coherencia. Con mi ex mujer y nuestros hijos hacemos vida de familia y nos ayudamos mutuamente. Es una existencia saludable, con ayuda y solidaridad.
2. Yo habría fracasado en el Simce
Hice mucho tiempo clases en escuelas pobres, con alumnos que llegaban con gran deficiencia a las aulas. El contraste con mis años de maestro en el Saint George's me dan hoy una visión panorámica del proceso educativo. Por eso, aunque hay diferencias -sobre todo culturales- creo que la imaginación es un potencial común y universal a todos los niños, en todos los medios socioeconómicos. Lo he constatado en escuelas rurales, en zonas urbanas de pobreza y también en Vitacura. Es un potencial de creatividad y fantasía que todo profesor debe explotar.
Pero hay diferencias importantes. Los alumnos de colegios privilegiados son más seguros de sí mismos, consultan y debaten más: lo han visto en su casa. Su nivel de autoestima es mayor, con familias contenedoras y estimulantes. Esos padres entienden que deben involucrarse y no fallan: traspasan su grado de compromiso a los niños. Llevan la delantera en lo cultural.
Eso no existe en otras realidades educativas. He visto en escuelitas pobres de Santiago y de regiones un mundo de inseguridades y expectativas restringidas. Con reuniones a las que sólo asiste la mamá, jamás el padre. Esos alumnos escuchan el discurso desde su nacimiento: las barreras económicas y sociales son insalvables. La falta de compromiso familiar los condiciona mental y culturalmente y se refleja en sus aprendizajes y resultados.
Es una de las grandes dificultades con que la educación en Chile debe lidiar.
Yo mismo fui así. Cuando llegué al Saint George's, era un niño que venía con mucha carencia natural. Es probable que hubiera fracasado en el Simce de cuarto básico: mi contexto sociocultural era muy deficiente, en mi casa no había libros, no se leía. Y si no fuera por mis profesores y los fathers, por esos hombres y mujeres que me acogieron y me enseñaron con paciencia, nunca habría cruzado la barrera. Jamás hubiera llegado a la universidad ni tendría este intelecto inquieto que me ha hecho superarme. Un intelecto que me empuja a una permanente autocapacitación.
Por eso, yo sé que se puede. Como profesor he constatado que todos los niños nacen con un potencial para aprender. La diferencia la dan las oportunidades. No creo y nunca he creído que los estudiantes humildes sean menos inteligentes o menos capaces. Todo es cuestión de oportunidades y de condicionamiento cultural. Si no creyera así, nunca me hubiera ido del Saint George's que dejé hace unos meses, para emprender nuevas tareas.
3. He escrito mis experiencias
El método que he probado por muchos años da resultados. Es entender que la esencia del aprendizaje está en las personas involucradas en el proceso: alumno-profesor; profesor-alumno. Hay tanto valor en la experiencia del alumno como del profesor. Para mí, es fundamental partir del saber instalado y sobre esa base construir. Todos los niños llegan a la escuela con un acervo de saberes, preguntas, intereses y aptitudes que yo siempre he tomado en cuenta y todo profesor debiera. Por ejemplo, la curiosidad natural por descubrir misterios, la capacidad de asombro. Estos elementos me han servido para motivar a la lectura y la escritura. Uso otras herramientas pedagógicas: canciones populares al estilo de Violeta Parra, Serrat, el folclor, la poesía, la leyenda, el cuento popular. Me ha servido mucho tocar guitarra, es un recurso de comunicación directa. Y recurro al humor, a la fantasía, al juego y al error. Porque el profesor también puede equivocarse. Y si el alumno le corrige, es una buena señal: quiere decir que aprendió. He escrito, durante años, mis experiencias de distinta manera, en forma de relatos, poemas, cuentos, novelas. Estos registros me sirven de evaluaciones.
4. Un profesor siempre es la clave
Un día, aún siendo alumno del Saint George's, sentí la necesidad de contar mi historia. Escribí "Tres años para nacer", que ha sido mi catarsis, durante mis días en el colegio, pero la publiqué recién en el 2002, poco antes de que Andrés Wood hiciera Machuca. Mi novela se llama así porque en esos tres años yo nací de nuevo. Mi suerte fue un milagro. Tuve maestros que me tomaron de la mano y me mostraron la senda. Maravillado, conocí la literatura y la poesía que han sido los puntales de mi enseñanza y de mi creación, a García Márquez y a Cortázar. Y a Octavio Paz, quien me mostró con su verbo que la poesía es el lenguaje natural de los niños. Hoy casi todo mi tiempo libre se lo dedico a la lectura. Leo sobre educación, filosofía, ciencias, poesía y literatura en permanencia. De un niño con muchas deficiencias formativas me convertí en pedagogo y creador. Tres años cambiaron mi vida para siempre.
Hay una regla fundamental en educación: un profesor siempre es la clave. Soy de la escuela pedagógica del brasileño Paulo Freire, quien ve a la educación como un proceso de diálogo, en que profesor y alumno comparten una experiencia y los dos crecen juntos. Ese flujo de comunicación es lo que le ha dado sentido a mi trabajo de treinta años. Hace nueve meses dejé mis clases en el Saint George's, porque creo que el país ha cambiado y me mueve hacer algo profundo por lograr una transformación.
Por eso acepté la invitación de la Unidad de Desarrollo Profesional Docente de la Universidad Diego Portales para capacitar a 35 profesores de la Escuela Carlos Condell de San Bernardo. Un plantel inserto en una cruda realidad socioeconómica y cultural, que estaba en dificultades por sus bajos índices en el Simce. Se dice que estaba con semáforo rojo, pero no me gusta esa denominación y no la uso, es una etiqueta que discrimina negativamente.
Las dificultades en la educación chilena se deben a factores que se han asumido con fatalidad por generaciones. En esta realidad trabajan estos profesores, quienes realizan un esfuerzo muy grande diariamente, que no es valorado por la sociedad ni por el sistema. Ellos tienen todo mi respeto. Ayudarlos es, para mí, una tarea que recién comienza, pero ya tengo lineamientos.
Mi aporte ha sido promover una reflexión y un diálogo para una acción práctica en sus escuelas. Mostrarles un mundo distinto. Hay muchos recursos naturales inagotables para un profesor, como la creatividad y la imaginación. Los instrumentos, escasos o no, se pueden reunir: libros, poemas, lápiz, papel. Para aprender a leer bien, hay que enfatizar el relato oral, la poesía popular, la leyenda, los cuentos de hadas, el dibujo, el canto, el teatro. Siempre en colaboración con la familia, para que el trabajo común rinda frutos. A estos profesores de San Bernardo -y a otros interesados en mejorar- yo les repito: es necesario leer mucha poesía en clases, por lo melodioso de su lenguaje, de su ritmo y por la calidad de sus palabras. Cualquier niño que escucha poesía se enriquecerá. Hay que organizar concursos y talleres literarios. Y de teatro, dibujo, pintura, montar exposiciones. Esto otorga dinamismo y sentido al aprendizaje.
En la Universidad Ciencias de la Informática trabajo con alumnos de pregrado en Pedagogía -futuros profesores- para que, algún día, logren estrechar la brecha de calidad de la educación entre las escuelas pobres y las pudientes. A esos futuros maestros les enseño estrategias sencillas para motivar a los niños a leer e incentivar el gusto y la pasión por los libros. Parto desde la poesía, porque en Chile hay mucha poesía, no sólo escrita, también de tradición oral. En una escuela precaria, como hay miles, la motivación es tarea cotidiana y desafiante. Esos niños -que serán sus alumnos- no tienen en su imaginario la necesidad de estudiar, de leer, de comprender lo que leen. ¿Cómo motivas a un alumno así, quien jamás vio a su padre rozar las tapas de un libro? La educación es un derecho para todos y es una herramienta para el cambio. Yo era un niño sin horizonte, pero tuve a grandes maestros que me mostraron el camino. Yo sé que se puede. Por eso es que cambié mi rumbo, para que Chile también cambie algún día.
(Texto escrito por María Cristina Jurado)
Patologías de los evaluados o como vulnerar el sistema empleando sus propias reglas
La evaluación es parte de los procedimientos institucionalizados en los centros escolares. Más allá de considerar su fundamentos y el bien contenido en ella, vale la pena detenerse a observar lo que los alumnos pueden hacer cuando conocen "el juego y sus reglas". Porque si el fin es la promoción escolar o la obtención de determinadas certificaciones, basta con cumplir con determinados requisitos formales "afásicos" para ser promovido, sin haber logrado los aprendizajes requeridos.
Para iniciar la reflexión, cito parte de la historia de El inteligente Hans narrada por Watzlawick (1989: 42-44), a propósito de ciertas formas de construir la realidad:
"En el año 1904 una oleada de entusiasmo sacudió los círculos de Europa: se había cumplido uno de los más viejos sueños de la humanidad, la posibilidad de entendimientos y comunicación entre el hombre y el animal. El animal, en este caso, era Hans, un semental de ocho años, cuyo propietario era el maestro jubilado Von Osten (...) Zoólogos, psicólogos, médicos, fisiólogos, neuropsiquiatras, veterinarios, enteras comisiones de expertos y comités académicos expresamente constituidos para este objeto emprendieron auténticas peregrinaciones hacia aquel prosaico y enladrillado patio posterior entre las miserables casas de alquiler de Berlín, donde el inteligente Hans tenía su cuadra y daba prueba de sus asombrosas habilidades. Muchos de los visitantes llegaban al lugar dominados por el escepticismo a propósito de los fantásticos relatos de las hazañas del caballo, pero al parecer abandonaban la cuadra llenos de temerosa reverencia y sin la más ligera sombra de duda sobre los fenómenos que habían observado bajo los más estrictos controles científicos."
"Con una fe patentemente ilimitada en su profesión docente, el jubilado Von Osten había trasladado su talento pedagógico de los pequeños escolares a su hermoso caballo y le había enseñado no sólo aritmética, sino a 'decir' la hora que marcaba el reloj, a reconocer a la gente por sus fotografías y otros increíbles habilidades. (...) El inteligente Hans golpeaba con el casco el resultado de los problemas matemáticos. Deletreaba la solución correcta de los temas no numéricos, para lo cual se había aprendido el alfabeto de memoria y, siguiendo el método de los médiums espiritistas, golpeaba una vez para la a, dos veces para la b, y así sucesivamente.
..."sus habilidades fueron sometidas a pruebas bajo el más estricto control científico, con el fin de evitar hasta la más remota posibilidad de engaño mediante señales o indicaciones ocultas de su dueño. Pero el inteligente Hans superó con gran brillantez todos los obstáculos. De hecho, podía resolver sus tareas en ausencia de Von Osten casi con la misma perfección que en su presencia.
"El 12 de septiembre de 1904, una comisión de especialistas (...) publicó un informe que excluía tanto la presencia de engaños conscientes como la transmisión involuntaria de indicaciones y concedía un elevado valor científico a este singular caballo."
..."apenas tres meses más tarde, se publicaba un segundo informe. Su autor era el profesor y doctor Carl Stumpf, uno de los miembros de la comisión de septiembre (...)En el curso de las investigaciones, uno de sus colaboradores, Oskar Pfungst, autor más tarde de un famoso libro sobre el tema, hizo el descubrimiento decisivo. Pero Pfungst era por entonces sólo licenciado en filosofía y medicina y, siguiendo las más venerables tradiciones académicas, el documento se publicó bajo la firma de Stumpf."
El informe revelaba algo singular:
"A lo largo de un lento proceso de aprendizaje numérico, el caballo aprendió a percibir cada vez con mayor exactitud los pequeños cambios corporales que el maestro asocia inconscientemente a los resultados de su propia mente, y a convertirlos en signos indicativos de respuesta. El hilo conductor de esta orientación y este esfuerzo era la acostumbrada recompensa de zanahoria y pan."
Amén de la desilusión ante la posibilidad de estar frente a un portento de la naturaleza, desenmascarar a Hans hizo pasar por alto la fantástica capacidad que tienen los animales de percibir e interpretar correctamente pequeños movimientos musculares y el hecho de que, como indica Hediger (citado por Watzlawick,1989:46) los seres humanos emitimos señales de las que somos inconscientes y sobre las que no tenemos ninguna influencia. En este caso la verdadera habilidad de Hans no era realizar complejas operaciones cognitivas sino su capacidad de percibir en el rostro de su maestro, por ejemplo, cuando debía dejar de golpear con su pata el suelo porque había dado con la respuesta correcta a una suma.
A diferencia de las señales percibidas por Hans, en evaluación las señales que el docente envía con respecto a los procedimientos y las reglas que rigen el proceso evaluativo son explícitas. La habilidad puesta en juego por los alumnos no es la de aprender para dominar un tipo de contenido, sino la de resolución de problemas, incluso orientada por los criterios de máxima eficiencia en cuanto al esfuerzo necesario y eficacia en función de aprobar determinada materia. Mientras más arraigada esté la aprobación a descriptores formales ( no de fondo) o ambiguos, más fácil será que el problema de pasar de curso o de obtener un certificado se resuelva con el mínimo de aprendizajes logrados. Baste como ejemplo los requisitos de promoción escolar (Decretos N°112 y N°83) en secundaria en Chile: para pasar de curso un alumno debe haber aprobado todas las asignaturas, o tener una asignatura reprobada y un promedio general igual o superior a 4,5, o ( la tercera es la vencida) dos asignaturas reprobadas y un promedio general igual o superior a 5,0. Si una de esas asignaturas ( o las dos) es lenguaje o matemática, la calificación anual que se debe obtener es 5,5. En este caso la promoción está sujeta a diferencias de décimas en las calificaciones. Estas son las reglas del "juego de la promoción"; lo que una calificación refleja no es retrospectivamente lo aprendido sino, prospectivamente, la posibilidad de estar en el curso siguiente; no importa en qué condiciones, pero estar.
Esto conduce a plantearse las patologías de la evaluación que afectan a los alumnos, parafraseando el texto Miguel Santos Guerra (1988) Patología general de la evaluación educativa (En Infancia y aprendizaje, N°41, 143 - 158):
1. Se reduce el aprendizaje a la obtención de una calificación mínima de aprobación, con el corolario de que la promoción escolar se reduce a cumplir con uno de los varios requisitos mínimos que consigna la ley.
2. Se cumple con descriptores formales mínimos, ambiguos o de una generalidad difícil de evaluar, que no obstante tienen un peso importante en la obtención de la calificación que permite la aprobación.
En algunos casos sólo entregar a tiempo un trabajo significa partir de la nota mínima de aprobación, en otras ocasiones, cumplir con un número determinado de folios, con un índice temático construido por el profesor para un producto muy extenso ( carpeta temática) que termina siendo resultado de la técnica copy/paste.
3. Solicitar la evaluación del esfuerzo sin atender ni a la calidad del proceso ni a la del resultado, puesto que la "declaración de esfuerzo", es por sí misma meritoria.
Un error de comprensión de lo que es la evaluación de proceso y la educación personalizada.
4. Reinterpretar los indicadores de logro.
Por ejemplo la participación en un trabajo en equipo se reinterpreta como asistencia, el aporte de ideas como aporte insumos (hojas, lápices, incluso lugar de reunión para hacer los trabajos).
5. Justicia positivista
Las mismas reglas para todos sin atender la diversidad, sea como estilos de aprendizaje, discapacidades u otros. Por ejemplo, si alguien no entrega a tiempo reprobarlo, sin atender a que hay procesos de aprendizaje diversos.
6. Juzgar el valor de los compañeros y el propio valor atendiendo a las calificaciones obtenidas.
7. Juzgar los procesos o instrumentos de evaluación, más que en función de aspectos técnicos, en función de las calificaciones insatisfactorias obtenidas. Cuando la calificación es la deseada, no se considera la "calidad" del instrumento ni de la corrección.
8. Principio de cosa juzgada
Resistencia a ser evaluado en una segunda oportunidad en un nivel de aprendizaje más complejo, puesto que ya fue evaluado una vez, ya "dio la prueba".
6. Calificación ajustada a "norma".
Si nadie obtuvo el puntaje ideal en una evaluación, el profesor debe situar la calificación máxima en el máximo puntaje obtenido por uno de los alumnos del curso. No importa cuál sea ese puntaje.
La diferencia de estas patologías con las de Santos Guerra es que el alumno necesita un cómplice que, en este caso, es el mismo profesor. En este escenario los docentes preparan el juego y sus reglas sin pasar por la enseñanza y, por lo tanto, simulando logros de aprendizaje camuflados en calificaciones.
Algo similar ocurre con las señales que generan los organismos encargados de acreditar centros de formación (escuelas, institutos, universidades) o programas de estudio. Si los indicadores para certificar son meramente formales o ambiguos, los "evaluados" cumplirán con los requisitos aunque no apunten a aspectos de fondo, porque un mérito no se explica, sólo se ostenta.
Desde una perspectiva más formativa y en vistas el crecimiento institucional, el ajustarse a los descriptores de un perfil de competencias o de calidad permite vislumbrar el horizonte al cual debe dirigirse el centro u orientarse el programa que se evalúa. Esto suele ser así si la evaluación no se da como un proceso aislado sino como un continuo evolutivo en el que son visibles tanto los estados de inicio como los cambios, el punto de partida y el estado del arte en cuanto a los siguientes momentos de evaluación.
"A lo largo de un lento proceso de aprendizaje numérico, el caballo aprendió a percibir cada vez con mayor exactitud los pequeños cambios corporales que el maestro asocia inconscientemente a los resultados de su propia mente, y a convertirlos en signos indicativos de respuesta. El hilo conductor de esta orientación y este esfuerzo era la acostumbrada recompensa de zanahoria y pan."
Amén de la desilusión ante la posibilidad de estar frente a un portento de la naturaleza, desenmascarar a Hans hizo pasar por alto la fantástica capacidad que tienen los animales de percibir e interpretar correctamente pequeños movimientos musculares y el hecho de que, como indica Hediger (citado por Watzlawick,1989:46) los seres humanos emitimos señales de las que somos inconscientes y sobre las que no tenemos ninguna influencia. En este caso la verdadera habilidad de Hans no era realizar complejas operaciones cognitivas sino su capacidad de percibir en el rostro de su maestro, por ejemplo, cuando debía dejar de golpear con su pata el suelo porque había dado con la respuesta correcta a una suma.
A diferencia de las señales percibidas por Hans, en evaluación las señales que el docente envía con respecto a los procedimientos y las reglas que rigen el proceso evaluativo son explícitas. La habilidad puesta en juego por los alumnos no es la de aprender para dominar un tipo de contenido, sino la de resolución de problemas, incluso orientada por los criterios de máxima eficiencia en cuanto al esfuerzo necesario y eficacia en función de aprobar determinada materia. Mientras más arraigada esté la aprobación a descriptores formales ( no de fondo) o ambiguos, más fácil será que el problema de pasar de curso o de obtener un certificado se resuelva con el mínimo de aprendizajes logrados. Baste como ejemplo los requisitos de promoción escolar (Decretos N°112 y N°83) en secundaria en Chile: para pasar de curso un alumno debe haber aprobado todas las asignaturas, o tener una asignatura reprobada y un promedio general igual o superior a 4,5, o ( la tercera es la vencida) dos asignaturas reprobadas y un promedio general igual o superior a 5,0. Si una de esas asignaturas ( o las dos) es lenguaje o matemática, la calificación anual que se debe obtener es 5,5. En este caso la promoción está sujeta a diferencias de décimas en las calificaciones. Estas son las reglas del "juego de la promoción"; lo que una calificación refleja no es retrospectivamente lo aprendido sino, prospectivamente, la posibilidad de estar en el curso siguiente; no importa en qué condiciones, pero estar.
Esto conduce a plantearse las patologías de la evaluación que afectan a los alumnos, parafraseando el texto Miguel Santos Guerra (1988) Patología general de la evaluación educativa (En Infancia y aprendizaje, N°41, 143 - 158):
1. Se reduce el aprendizaje a la obtención de una calificación mínima de aprobación, con el corolario de que la promoción escolar se reduce a cumplir con uno de los varios requisitos mínimos que consigna la ley.
2. Se cumple con descriptores formales mínimos, ambiguos o de una generalidad difícil de evaluar, que no obstante tienen un peso importante en la obtención de la calificación que permite la aprobación.
En algunos casos sólo entregar a tiempo un trabajo significa partir de la nota mínima de aprobación, en otras ocasiones, cumplir con un número determinado de folios, con un índice temático construido por el profesor para un producto muy extenso ( carpeta temática) que termina siendo resultado de la técnica copy/paste.
3. Solicitar la evaluación del esfuerzo sin atender ni a la calidad del proceso ni a la del resultado, puesto que la "declaración de esfuerzo", es por sí misma meritoria.
Un error de comprensión de lo que es la evaluación de proceso y la educación personalizada.
4. Reinterpretar los indicadores de logro.
Por ejemplo la participación en un trabajo en equipo se reinterpreta como asistencia, el aporte de ideas como aporte insumos (hojas, lápices, incluso lugar de reunión para hacer los trabajos).
5. Justicia positivista
Las mismas reglas para todos sin atender la diversidad, sea como estilos de aprendizaje, discapacidades u otros. Por ejemplo, si alguien no entrega a tiempo reprobarlo, sin atender a que hay procesos de aprendizaje diversos.
6. Juzgar el valor de los compañeros y el propio valor atendiendo a las calificaciones obtenidas.
7. Juzgar los procesos o instrumentos de evaluación, más que en función de aspectos técnicos, en función de las calificaciones insatisfactorias obtenidas. Cuando la calificación es la deseada, no se considera la "calidad" del instrumento ni de la corrección.
8. Principio de cosa juzgada
Resistencia a ser evaluado en una segunda oportunidad en un nivel de aprendizaje más complejo, puesto que ya fue evaluado una vez, ya "dio la prueba".
6. Calificación ajustada a "norma".
Si nadie obtuvo el puntaje ideal en una evaluación, el profesor debe situar la calificación máxima en el máximo puntaje obtenido por uno de los alumnos del curso. No importa cuál sea ese puntaje.
La diferencia de estas patologías con las de Santos Guerra es que el alumno necesita un cómplice que, en este caso, es el mismo profesor. En este escenario los docentes preparan el juego y sus reglas sin pasar por la enseñanza y, por lo tanto, simulando logros de aprendizaje camuflados en calificaciones.
Algo similar ocurre con las señales que generan los organismos encargados de acreditar centros de formación (escuelas, institutos, universidades) o programas de estudio. Si los indicadores para certificar son meramente formales o ambiguos, los "evaluados" cumplirán con los requisitos aunque no apunten a aspectos de fondo, porque un mérito no se explica, sólo se ostenta.
Desde una perspectiva más formativa y en vistas el crecimiento institucional, el ajustarse a los descriptores de un perfil de competencias o de calidad permite vislumbrar el horizonte al cual debe dirigirse el centro u orientarse el programa que se evalúa. Esto suele ser así si la evaluación no se da como un proceso aislado sino como un continuo evolutivo en el que son visibles tanto los estados de inicio como los cambios, el punto de partida y el estado del arte en cuanto a los siguientes momentos de evaluación.
sábado, 24 de marzo de 2012
Evaluación "rigurosa"
“La
apariencia de rigor se convierte en una amenaza de perfiles contundentes. Los ribetes
científicos disminuyen la capacidad de crítica y prestan un peligroso aval. Si entendemos/practicamos
la evaluación como un proceso difícilmente contestable en su concepción, en su
desarrollo, en su utilización, difícilmente podrán ser discutidas las conclusiones:
‘Este alumno ha suspendido’, ‘este centro escolar es malo’, ‘esta experiencia educativa
es excelente’, ‘esta actividad tiene que desaparecer’, ‘estas personas tienen
que ser excluidas’”.. (Santos Guerra, 1988: 144)
Cuando hablamos de control de calidad en la industria lo que se busca es establecer la distancia que existe entre el producto que se ha elaborado y aquel que se ha diseñado, y del cual se tiene un prospecto que ha superado las pruebas iniciales antes de constituirse en el modelo que orienta la producción. El estándar viene dado por las cualidades técnicas, la utilidad a la cual es posible atender dado los rasgos peculiares que posee y el acabado final. Si el producto obtenido no responde al modelo, se revisa el proceso de producción para realizar los ajustes necesarios hasta que se cumplan los estándares previstos. Ahora bien, no importa quién lleve a cabo los procesos siempre que cumpla con el perfil de competencias requerido y tampoco dónde se realice la producción, pues los procesos ya están definidos de antemano y sólo se modifican si cambia el diseño del producto.
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Referencias bibliográficas
Cuando hablamos de control de calidad en la industria lo que se busca es establecer la distancia que existe entre el producto que se ha elaborado y aquel que se ha diseñado, y del cual se tiene un prospecto que ha superado las pruebas iniciales antes de constituirse en el modelo que orienta la producción. El estándar viene dado por las cualidades técnicas, la utilidad a la cual es posible atender dado los rasgos peculiares que posee y el acabado final. Si el producto obtenido no responde al modelo, se revisa el proceso de producción para realizar los ajustes necesarios hasta que se cumplan los estándares previstos. Ahora bien, no importa quién lleve a cabo los procesos siempre que cumpla con el perfil de competencias requerido y tampoco dónde se realice la producción, pues los procesos ya están definidos de antemano y sólo se modifican si cambia el diseño del producto.
Parece obvio que lo anterior no debería aplicarse en
un aula, o en general en educación. No obstante, lo que subyace a ciertas
prácticas evaluativas indican lo contrario, sobre todo relacionadas con
certificación de centros, desempeños escolares para acceder a estudios
superiores, evaluación docente. Pareciera haber un modelo de organización al
que debe responder el centro escolar y que, en teoría, debería producir
estudiantes con determinados competencias deseables para su inserción social y
desarrollo personal. Se describen procesos generales, se desarrollan
iniciativas conforme las temáticas de moda, se realizan prácticas de innovación
que no logran sostenerse en el tiempo, mientras lo que efectivamente sucede en
un centro escolar no puede ser reducido a un diseño de proceso en el que sólo
operen constantes, situaciones invariables y el ‘producto’ no fuera capaz
decisiones ni juicios.
O tal vez si sería posible si la educación se
remitiera específicamente a la instrucción y a la adquisición de competencias
para desempeñarse en ámbitos muy específicos y , aún más, si fuera posible
descartar a todos aquellos que no lograran los aprendizajes mínimos. También se
aplicaría a la evaluación docente, pues es fácil establecer los requisitos de
un buen instructor cuando se le asocia a lo que debe enseñar y se conocen o se
han descrito claramente las estrategias para que los alumnos aprendan lo que enseña.
Amén de parecer una paradoja, así es como se diseñan procesos de evaluación
externa concibiendo la educación como instrucción, pues desde esa perspectiva,
los estándares parecen más precisos y los procesos se pueden orientar mejor.
El problema es que hay un discurso compartido por muchos
en el cual se tiene la pretensión de ir más allá de la instrucción hacia la
formación, hacia la posibilidad de que un ser humano haga emerger de otro ser
humano toda su potencialidad. Y esto encuentra dificultades que opacan las
buenas intenciones, porque no se cuenta ni con la descripción de los procesos
necesarios para ello, ni es posible pasar por alto que esa finalidad requiere
de un perfil docente que excede lo profesional y atañe a lo humano: podemos
saber lo que queremos, incluso escribir sobre ello, pero no necesariamente
sabemos cómo hacerlo ni poseemos en nuestro acervo personal la experiencia de
haberlo logrado siquiera con nosotros.
No es negar a los
grandes anhelos humanos el poder que tienen para hacernos trascender; pero sí
es dar a la evaluación el valor relativo que le corresponde, el mismo valor que
deben tener tanto los estándares como los modelos que pretenden validar la
realidad y anteponerse a ella.
Un ejemplo baste para
ilustrar la inconveniencia del afán de totalidad: cuando se aboga por evaluar
lo conceptual, lo procedimental y lo actitudinal, se debe pasar de la
generalidad discursiva a lo operacional, a saber no sólo qué se va a enseñar
sino a las estrategias didácticas que permitan generar aprendizajes. El
silencio frente al “cómo se hace” no oculta la humildad profesional sino una
gran interrogante que debe resolverse en la práctica del aula; pero que no
necesariamente será respondida. Por otro lado, lo actitudinal no se comprende
siempre como los valores inherentes o en relación intrínseca con determinados
conceptos o procedimientos, por lo que se saturan las planificaciones y luego
las evaluaciones con valores descontextualizados y que, además, nunca estuvieron presentes en la actividades
de aprendizaje, ni en las rutinas de aula: se planifica lo que no se hará y se solicita
evaluar lo actitudinal como si el docente supiera cómo desarrollarlo más allá del discurso (cuando no el sermón). Lo que sí sigue evaluando el profesor es lo susceptible
de instrucción o aquello frente a lo cual sabe instruir.
El problema no es el dato, sino el dato aislado; el problema no es la evaluación, sino la evaluación descontextualizada |
Aún más lo que sigue
evaluando el sistema de admisión a la universidad, por lo menos en Chile, es lo
susceptible de instrucción masiva: conceptos y relaciones, competencias
fundamentales relacionadas con lectura y operatoria matemática en distintos
niveles y aplicadas a distintos contenidos. Cuando los centros escolares sólo
preparan para ello, se dice que ‘adiestran’; no obstante se les felicita por el
logro de los ‘estándares’ que fundamentan esas evaluaciones.
Es posible diseñar, incluso imponer, procesos evaluativos
exhaustivos en los que hay implícita una representación de la realidad con afán
de totalidad. De la misma manera elaborar instrumentos de evaluación que
pretendan dar cuenta de todas dimensiones posibles de abordar en el control de
calidad de un aprendizaje complejo. El problema es que anterior al instrumento
no se ha desarrollado un proceso que comprenda todas las dimensiones descritas
y que la distancia entre la representación de la realidad que subyace al
instrumento, que es un ideal descontextualizado y atemporal, y lo que efectivamente se trabaje en un aula exhaustivamente
y a escala humana, sea simplemente insalvable. Sólo es posible evaluarlo todo,
si se han desarrollado estrategias de enseñanza, si se han diseñado actividades
de aprendizaje y si se han implementado de manera que sea posible hacerlo todo;
y aun así siempre y cuando consideremos que los alumnos son una constante del
sistema y no otra de las variables (sólo
algo sobre lo cual se ejerce una influencia que modifica su conducta).
La apariencia de rigor
de la evaluación tiene que ver más con un ejercicio de poder, que con la
búsqueda de un lenguaje común, de ciertos criterios que nos permitan tomar
decisiones y está más ligada a una
perspectiva tecnológica de la evaluación que, no obstante, nos da cierta
certeza y argumentos para justificar las decisiones que tomamos y sostener
nuestra autoridad.
Cuando se evalúa el desempeño de los docentes en la práctica de aula, por ejemplo, se elaboran listas exhaustivas de ítemes distribuidos en varias dimensiones.
Se intenta describir el comportamiento ideal y se asegura la rigurosidad a través de mecanismos clásicos que otorgan validez y fiabilidad, y el instrumento es técnicamente perfecto. No obstante, la evaluación se reduce a una única observación o a observaciones parciales, a partir de las cuales se emiten juicios sobre desempeño. Se confunde en este punto el uso de instrumentos de recogida de información para contribuir con la mejora y la formación del docente, con la recogida de datos para una investigación, con el dar un dictamen sobre el estado del arte sin considerar las condiciones reales en que el comportamiento descrito acontece.
"una tecnología compleja que [requiere] información y práctica en el desarrollo de sistemas de medición fiables y válidos construidos de manera que sean capaces de capturar la complejidad de la información sobre la ejecución de los aprendizajes por parte de los estudiantes” (Mateo, 20oo:61)
Subyace en esos instrumentos un perfil de competencias docentes descontextualizado y atemporal. Cuando un aula está saturada de estudiantes, difícilmente el docente a cargo generará estrategias que permitan el aprendizaje de todos los estudiantes y atenderá las necesidades individuales; no obstante se le considera competente si es capaz de obviar esta situación, por lo tanto la competencia docente se transforma en resiliencia.
En conclusión, dos ideas
para la reflexión:
1.
una
educación que pretende abordar todos los aspectos de lo humano, pero que se
evalúa en términos de instrucción; y tal vez deberíamos aspirar a dar una buena
instrucción antes que una mediocre educación, o una instrucción disfrazada de
educación;
2.
todo proceso evaluativo y los instrumentos que
en él se consideren responden a un perfil a un determinado modelo de la
realidad, que aunque sea muy exhaustivo y teóricamente completo, sino se sitúa
como parte de un proceso real, en los centros, es sólo una referencia que pierde
su valor orientador o, en términos perversos, orienta hacia un modelo que
genera frustración constante porque requiere de otras situaciones contextuales,
incluso ideales, para ser desarrollados y
no sólo la buena voluntad de los agentes escolares.
Como señala Gairín (2009: 16)
“ la evaluación, desde la perspectiva tecnológica, suele enfatizar
en la valoración de acuerdo a un modelo preestablecido y aplicado de una manera
uniforme a todas las situaciones
independientemente del contexto en el que sitúan. La verificación se realiza a
partir de indicadores para la construcción de una instrumentalización variada”.
La asepsia y objetividad
que se asignan a esos modelos no permite el cuestionamiento. Pero es posible contextualizarlos y
utilizarlos como medios para obtener información que permita la
autorregulación, es decir, que se inserte en “procesos vinculados a la mejora
permanente de la intervención, a partir fe la actuación de los propios
protagonistas” (Gairín, 2009:6). Pueden ser reconducidos, revalorizados en
función de las características y necesidades de una comunidad determinada y
condicionar el valor de la información que permitan recabar a la congruencia
con la realidad de la que pretenden dar cuenta.
Gairín Sallán, J., Bautista García-Vera, A., Díez
Arcos, P., Espanya, & Instituto Superior de Formación y Recursos en Red
para el Profesorado. (2009). Nuevas funciones de la evaluación.
Madrid: Ministerio de Educación. Secretaría General Técnica. Subdirección
General de Información y Publicaciones.
Mateo Andrés, J., & Universitat de Barcelona.
(2000). La evaluación educativa, su práctica y otras metáforas.
Barcelona: ICE Universitat de Barcelona.
Santos Guerra, Miguel (1988), Patología general de
la evaluación educativa. En Infancia y aprendizaje, N°41,
143-158.
lunes, 5 de marzo de 2012
Evaluación de Desempeño Docente en Chile o cómo instalar la evaluación sin un proceso de formación
Relación entre evaluación docente y formación permanente |
La
evaluación docente se introdujo en Chile
como un proceso que pretendía evaluar a los profesores en cuanto a sus
prácticas pedagógicas y su nivel de reflexión frente a la información que su
propio quehacer les proporcionaba. Este proceso se enmarca, según Cox et alt
(2011:16), en una serie de políticas
desarrolladas a partir de los años ’90, que buscaban el fortalecimiento de la
profesión docente y el mejoramiento de
la calidad de la educación. Los ámbitos considerados en esta estrategia eran:
-“construcción
de un discurso público sobre la importancia de la educación;
- nuevos y
mayores incentivos para atraer candidatos a la profesión docente y retener a
los docentes efectivos;
- un apoyo
creciente a los profesores en ejercicio con mayores recursos para el desarrollo
profesional[1];
- y un
ordenamiento jurídico que ha mejorado ostensiblemente sus remuneraciones”
(ibídem).
La
revisión histórica del proceso señala que el estándar de evaluación fue
elaborado por un subcomité de la comisión tripartita de educación, que
consideró como fundamento los estándares
definidos el año 2000 para la formación inicial docente, después de un proceso
de consulta a las bases gremiales. El
trabajo específico fue delegado en un subcomité y culminó con la aprobación del
Marco
para la buena enseñanza en 2002, después de dos consultas públicas realizadas
en diciembre de 2001 y abril de 2002.
El
proceso de evaluación propiamente tal comenzó el año 2005 y ha proseguido de
manera gradual incorporando los distintos niveles (Enseñanza Básica, Enseñanza
Media) y modalidades de enseñanza
(humanista-científico; técnico-profesional; diferencial, educación parvularia),
así como los sectores de aprendizaje (lenguaje y matemática en una primera
etapa; ciencias, idioma extranjero, artes, educación tecnológica y religión en
un segunda etapa).
Sea
cual sea el origen del documento que estableció los estándares de desempeño, lo
cierto es que el proceso de apropiación fue dispar en profundidad y en
extensión. Los establecimientos recibieron el Marco para la Buena Enseñanza:
algunos realizaron jornadas sensibilización, otros los distribuyeron para su
lectura, otros quedaron en las bibliotecas de los establecimientos o en las
oficinas de las Unidades Técnico-Pedagógica. Para muchos profesores su primer
acercamiento fue al abrir el portafolio
de evaluación en el que se adjuntaba como material complementario.
La
evaluación docente se estructura en torno a la construcción de un portafolio,
la filmación de clases, la evaluación de un par y los informes de referencias
del Director del Establecimiento y del Jefe de Unidad Técnico-Pedagógica. La información recopilada a partir de estas evidencias se contrasta
hasta llegar a la elaboración de un informe final que contempla la
categorización del desempeño del docente en uno de los cuatro niveles:
insatisfactorio, básico, competente y destacado.
Los
instrumentos y los criterios de evaluación fueron conocidos por los primeros
docentes que se evaluaron al momento de recibir oficialmente el portafolio. Si
bien se habilitó una página web (www.docentemas.cl)
en la que se describen las etapas, los plazos, los instrumentos, el
procedimiento de evaluación y las entidades evaluadoras, además del marco legal
de la evaluación, el acceso de los
profesores sólo se produjo en los procesos posteriores al año 2005.
En
los últimos años se ha incorporado una encuesta on line para que los docentes
evalúen distintos aspectos del proceso, como una forma de retroalimentar a los
administradores del sistema y a los organismos que elaboran los instrumentos y
emiten los informes finales.
La
evaluación docente de acuerdo a los documentos que la fundamentan tiene por
objetivo el contribuir al mejoramiento de las prácticas pedagógicas y
constituirse en una instancia de reflexión sobre el quehacer docente; no
obstante los procedimientos empleados desvirtúan el fin y dejan de manifiesto
el “olvido” de principios básicos de evaluación:
1° No se puede evaluar lo que no
se ha enseñado/ Se evalúa lo que se enseña:
-
El Marco para la buena enseñanza contiene la descripción del desempeño
considerado como deseable en un docente. Se elaboró a partir del documento Estándares
de Desempeño para la Formación Inicial, que definía los estándares que
debían alcanzar los egresados de pedagogía.[2]
Como todo contenido, tiene una base conceptual que puede ser comprendida a
través de la lectura; pero es principalmente una “forma de hacer”, una práctica
sustentada en un componente ético, que no se instala en el quehacer sino en a través del quehacer mismo.
Acaba de ser
publicado un libro que recoge los orígenes y el proceso que la evaluación
docente ha seguido en estos ocho años que lleva de implementación[3].
En los primero capítulos, se revisa la formación de comisiones tripartitas que
definieron todos los aspectos, los fundamentos técnicos de la elaboración de
los estándares y que determinaron las decisiones tomadas. No se describe la
estrategia que se empleó para instalar el perfil y los desempeños óptimos que debían poseer los docentes que están en
el sistema y que fueron evaluados, quienes se formaron y re-formaron con otros
perfiles y requerimientos que respondieron a otros procesos socioculturales.
Se mencionan
cuatro instancias de difusión de la evaluación (Cox
et alt. 2011: 27-32) y ninguna de ellas corresponde a “formación” o
“capacitación” docente de acuerdo con los nuevos desempeños exigidos.
Se menciona una consulta nacional en la que
participaron un porcentaje considerable de profesores del sector municipalizado
(80%), pero en esta tampoco se
consideraron preguntas sobre la actualización previa que requerirían
los docentes que ya estaban en el sistema, para cambiar o mejorar sus prácticas
para luego someterse a la evaluación.
Se menciona
además un proyecto piloto de evaluación que se llevó a cabo en algunos
establecimientos de cuatro comunas del país, más bien como un proceso estándar
para validar-fiabilizar instrumentos y precisar procedimientos que como un
proceso de formación y aprendizaje para los docentes participantes.
Lo más
sorprendente es que, ausente el proceso de formación o a lo menos de capacitación
previa, tampoco se consideró que la primera evaluación de cada docente se
constituyera en un diagnóstico de desempeño
que orientara los programas de formación permanente y que impulsara
efectivamente el desarrollo profesional, para luego realizar una evaluación
docente como la que se encuentra implementada en la actualidad.
Tampoco se
generaron instancias de capacitación o programas de formación permanente, desde
el MINEDUC o de otras instituciones privadas, una vez que el proceso se inició.
Posteriormente, ha ido surgiendo un mercado de ofertas de capacitación producto
de la reacción ante la demanda de los docentes por “formarse”.
En síntesis, se demandó
a los docentes una práctica pedagógica que no conocían formalmente y que han
ido descubriendo ante la necesidad de aprobar una evaluación.
Hay docentes que
han desarrollado prácticas anteriores a la existencia del Marco para la buena enseñanza,
totalmente acorde con el perfil de desempeño propuesto, pero producto de un
esfuerzo formativo personal que no puede constituirse en norma y menos ejemplo
de cómo deber realizarse un proceso de apropiación de un modelo de práctica
docente.
-
Por otro lado, sería importante investigar la incorporación de los Estándares Desempeño para la Formación Inicial en las mallas curriculares de las
universidades e institutos pedagógicos. Me inclino a augurar que los resultados
indicarán que no fue antes del año 2005 y, esto, de manera dispar en las distintas
Facultades de Educación.
Los estándares
de desempeño para la formación inicial docente fueron publicados en el año
2000. Fueron recogidos por el MINEDUC en
una nueva propuesta que se denomina Programa
Inicia[4],
entendido como un componente del Programa para el Fomento de la Calidad de la
Formación Inicial. Tiene por objetivo
fortalecer la formación de docentes en las instituciones de educación
superior. Contempla tres líneas estratégicas:
·
definición
de orientaciones para la formación inicial docente y estándares para la
carrera de pedagogía;
·
diseño e implementación de una evaluación
diagnóstica de los egresados de pedagogía que utiliza como referente los
estándares definidos en la primera línea estratégica;
·
una línea de apoyo a las instituciones para
mejorar la formación inicial a partir de los resultados de la evaluación
diagnóstica y en vistas de los estándares de desempeño;
·
inserción laboral de docentes principiantes que
tiene como eje la creación de las mentorías.
Lo singular de
este programa es que ya se realizó la primera evaluación de egresados el año
2010, sin embargo los estándares para algunas de las especialidades de
pedagogía recién aparecieron los años 2009 y 2010 (lenguaje y matemática) y
están pendientes los correspondientes a
la formación de docentes en otros sectores de aprendizaje.
De nuevo se
evalúa un perfil de desempeño, en este caso de egreso de carreras de pedagogía, que aún no ha
permeado las mallas curriculares; por lo
tanto los egresados han sido formados con una disparidad absoluta de criterios
y en perfiles profesionales con distintos grados de cercanía a los estándares
evaluados.
-
La etapa de difusión del Marco para la buena enseñanza,
no logró constituirse en un proceso de formación que generara una revisión
de las prácticas docentes y una modificación de la forma de concebir el
quehacer pedagógico centrado en el aprendizaje de todos los alumnos ( uno de
los principios que caracterizan el perfil de desempeño), cuestión que no es
menor en un sistema educativo que privilegia la competencia entre
establecimientos y la selección de alumnos como medio para ostentar logros en
las mediciones nacionales[5].
2° Los procedimientos e
instrumentos de evaluación deben ser coherentes con las actividades de
aprendizaje y las actividades de
evaluación realizadas durante el proceso de enseñanza (en este caso proceso de formación
docente). Esto también
-
Si no existió un proceso de formación del
profesorado basado en los nuevos estándares, que fuera sistemático y
consistente, no es posible que la evaluación sea coherente con actividades que
no existieron.
-
Esta falta de coherencia lleva al surgimiento de
soluciones “perversas” para responder a la evaluación docente. Aunque pudiera
ser un “mito urbano” valdría la pena reflexionar sobre las causas de situaciones como la
contratación de docentes por otros docentes para que realicen sus portafolios o
consultoras que venden portafolios ya
hechos de acuerdo a las características que se demanden.
En la misma línea
de las soluciones “alternativas” estuvo la eximición de los procesos de
evaluación a través de la inscripción
para ser evaluador par[6].
Hasta el año 2010, no era requisito haber sido evaluado para participar como
evaluador. Algunos quisieron vivir el proceso primero desde el conocimiento de
los estándares de evaluación y de uno de los instrumentos empleados, para ser
evaluados al año siguiente; otros, simplemente, postergaron su evaluación un
año. La capacitación para ejercer esta función era de dos días y eran
seleccionados como evaluadores pares los que aprobaban una evaluación final.
3° Los procedimientos e
instrumentos de evaluación deben ser conocidos por la persona que va a ser
evaluada.
-
El portafolio como procedimiento de elaboración
de evidencias fue conocido por los docentes cuando fueron evaluados; los
informes de referencia de terceros emitidos por directores y jefes de UTP no
necesariamente son conocidos por los docentes (la ley no obliga a comunicar al
docente este informe).
-
Los profesores aprendieron a “aprobar la
evaluación”, respondiendo eficazmente a los instrumentos a los que son
sometidos y no cambiando necesariamente su práctica pedagógica o el saber
implícito que determina su hacer. Se “adiestraron” en una forma de “hacer”, de
“responder” a una evaluación, semejante al efecto de adiestramiento en test que
realizan los preuniversitarios en Chile, que nivelan contenidos de Enseñanza Media
y someten a evaluaciones intensivas a sus alumnos, a fin de que alcancen
puntajes para ingresar a la universidad.[7]
4° La evaluación auténtica es aquella que considera los
contextos reales de aprendizaje, en este caso, el contexto real de ejercicio de
la labor docente, entorno en el que se acrecienta el saber pedagógico y es por
sí mismo el espacio de su formación permanente.
-
El problema de incluir el contexto en la
evaluación fue solucionado por los evaluadores incorporando en los instrumentos
espacios para reflexionar en torno a factores que condicionaban el éxito del
quehacer docente y pudieran impedir un desempeño competente y destacado[8].
No obstante, los
contextos y las condiciones en los que se realiza el proceso de evaluación por sí mismos impiden el buen desempeño.
Algunos ejemplos del dimensionamiento irreal del diseño de evaluación por parte
de quienes tuvieron la responsabilidad de su elaboración:
·
El portafolio es entregado a los docentes a
comienzos de las vacaciones de invierno (julio) y lo contenidos y objetivos
entre los que debe optar, corresponden a lo ya trabajado el primer semestre;
por lo tanto los docentes readecúan las planificaciones anuales en función de
la demanda de la evaluación y no por razones estrictamente pedagógicas;
·
la planificación de las horas de clase del portafolio,
la preparación de las mismas, de los materiales y de los instrumentos de evaluación de las
unidades trabajadas, así como la reflexión en torno a la práctica, exceden las
horas que el docente dispone para realizar este trabajo.
En la realidad laboral de los docentes del sistema
municipal[9],
las horas no lectivas se reducen al mínimo que permite la ley, en función del
criterio de racionalización de los recursos, en el que las horas de contrato
son un costo que hay que reducir y se da valor económico sólo a las horas que
el profesor está frente a curso. No se considera como importante el tiempo para
Preparación de la enseñanza y para atender las Responsabilidades Profesionales, dos de las cuatro dimensiones que
se consideran en la evaluación docente y de las cuales dependen la Creación de un ambiente propicio para el
aprendizaje y la Enseñanza para el
aprendizaje de todos los estudiantes.
Se pide de los docentes una dedicación a dos tareas
que no tienen asignado un tiempo real de ejecución. No estaría de más un
estudio acerca del tiempo que un docente competente o destacado necesita para
preparar clases que deben atender la diversidad, ser significativas e ir a la
par de la contingencia y de ejes trascendentes, con recursos actuales y
actividades de aprendizajes auténticas;
además de lo que dedica a la reflexión sobre sus clases, la revisión de
evaluaciones, la preparación de retroalimentación y nuevas unidades de apoyo; o
compartir con otros docentes sus mejores prácticas y aprender de otros cómo
mejorar las propias.
A propósito de esto, Educación 2020[10]
en su propuesta para los años 2009-2010,
que coincidía con el cambio de gobierno señaló[11]:
“En Chile, los
profesores deben dedicar 75% de su jornada laboral a la enseñanza en la sala de clases, dedicando sólo el
25% restante a preparar sus clases, corregir pruebas, planificar, atender a
alumnos y apoderados y monitorear alumnos con problemas. La cantidad de horas
de trabajo en aula es muy superior al promedio de los países de la OCDE en el nivel primario, brecha que aumenta
en el nivel secundario.
La mejora de
la calidad docente no depende sólo del esfuerzo personal de los profesores sino
también de un sistema que les entregue las herramientas y el apoyo necesarios
para lograrlo. Resulta indispensable asegurar que tengan el tiempo suficiente para
preparar los contenidos de lo que van a enseñar a sus estudiantes y evitar que
lleguen a un nivel de desgaste tal que simplemente les impida entregar lo que
saben.
Nos alegra
profundamente que en el discurso presidencial del 21 de Mayo este punto haya
sido mencionado, y que se comiencen los estudios necesarios para poder
determinar una relación horaria lo más adecuada posible. Esperamos avanzar
gradualmente, en un plazo prudente, a una relación más cercana al promedio de
los países desarrollados, otorgando una muy especial prioridad a las escuelas
vulnerables, donde es evidente que se requieren más horas profesionales por
cada alumno, dado los numerosos problemas psicosociales que los aquejan. Si
bien ésta es una de las medidas más costosas que hemos propuesto en nuestro
primer documento Hoja de Ruta, y que sólo funcionaría en el contexto de un
cambio sistémico, es al mismo tiempo una propuesta vital para corregir la
inequidad educativa.
Cabe consignar
que el planteamiento del Colegio de Profesores al respecto, es que esta
reducción conduzca a una relación 60/40 de horas lectivas/no lectivas. No
estamos en condiciones de validar esta cifra, pero obviamente está en un rango
de lo que razonablemente se puede discutir. Pero insistimos en que esto debe
llevarse a cabo, con una particular focalización en las escuelas vulnerables.
“(Educación2020, 2009:14)
Los
docentes dedican habitualmente tiempos extraordinarios, fuera de los
establecimientos, para realizar su trabajo a costa de su vida familiar[12].
La evaluación docente se instaló en un tiempo inexistente, con el consiguiente
stress y sobrecarga de actividades. Los
docentes no dedican horas a tareas como las que demandó la Evaluación Docente
en el ejercicio habitual de su trabajo, salvo que sean sometidos a una nueva
evaluación.
·
La observación de clase corresponde a un montaje
escénico de 45 minutos donde han de demostrarse las competencias relacionadas
con el ambiente propicio para el aprendizaje de todos los estudiantes. Sólo una
filmación cuya retroalimentación aparece en el informe final que se hace llegar
al docente al año siguiente donde ya se le ha clasificado en un nivel de
desempeño.
La clase filmada posee una doble descontextualización: trata de dar
cuenta de una práctica que no necesariamente es la del docente si no la que se
espera, según los estándares; y todos “actúan” (profesor-alumno) para dar la
mejor impresión de las competencias del docente. En el mejor de los casos si el
docente tiene las competencias y el ambiente de clases es el habitual, nadie se
comporta de manera natural cuando es filmado.
Con respecto a ese
Informe final, en el estudio publicado por el MIDE de la Pontificia Universidad
Católica (Cox et alt. 2011:78) se señala que:
“Además, para cada dimensión,
el docente recibe información detallada en términos de: las prácticas características
de un desempeño consistente con el estándar (nivel Competente), los aspectos
logrados que se identificaron en su evidencia (aquellos indicadores de
evaluación en que su desempeño fue calificado como Competente o Destacado) y
aquellos que requieren ser desarrollados o mejorados (nivel Básico o
Insatisfactorio).
Los resultados de la
Entrevista por un Evaluador Par y los Informes de Referencia de Terceros se
reportan de manera conjunta en una tabla de doble entrada que indica para cada
dominio del Marco para la Buena Enseñanza, el nivel de desempeño obtenido por
el docente expresado en la escala de cuatro niveles del sistema. Una segunda
tabla, similar a ésta, da cuenta de los datos de la Autoevaluación.
Finalmente, el informe da a
conocer al docente el nivel de desempeño resultante de la ponderación de los cuatro
instrumentos, así como la decisión tomada por la Comisión Comunal de
Evaluación, indicando si ésta ha ratificado o modificado el primero y definiendo
así su resultado final en el proceso.”
Para los que hemos tenido la oportunidad de leer varios de estos
informes, gracias a la generosidad de algunos docentes, es claro que la
retroalimentación es igual para todos los que
presentan debilidades similares de acuerdo con un determinado indicador;
no son personalizadas ni atienden a las capacidades individuales ni a las
realidades contextuales en las que laboran cada uno de ellos. Por lo tanto es
contradictorio, por ejemplo, que se pida como una de las tareas del portafolio
que el docente elabore un informe personalizado para un estudiante, en el que retroalimente
su desempeño (fortalezas y debilidades) y lo oriente en la mejora de su
aprendizaje, si el propio informe final que recibe el docente evaluado corresponde a
retroalimentaciones prediseñadas de acuerdo a los inputs de entrada. Es la
forma en que se ha resuelto la masividad de la evaluación y la pretensión “científica”
de evaluar todos los aspectos del quehacer docente. A veces más no es mejor y
lo perfecto es enemigo de lo bueno.
Lo paradójico de este tema es que los
cuatro principios de evaluación que aquí se han mencionado están considerados en los descriptores de la
dimensiones del Marco para la buena enseñanza (MINEDUC 2008: 17-21), y corresponden a la manifestación de
competencias en evaluación. Específicamente en el Manual del Portafolio,
Educación Media, Evaluación Docente 2011, a propósito de los descriptores para
evaluar el Producto 2: Evaluación de la Unidad pedagógica (MINEDUC 2011: 17)
encontramos:
Donde es claro que no hay evaluación que no se
relacione con objetivos de aprendizaje. ¿Cuál fue el proceso de
formación docente que se planificó para que luego fuera posible una evaluación?
¿En qué procesos de aprendizaje participaron los docentes previos a la
evaluación docente?¿Cómo se pueden evaluar aprendizajes esperados, desempeños
esperados, si los profesores responden a otros perfiles de egreso?
Frases
como “maneras de aprender”, “recursos de aprendizajes congruentes”, “demostrar
lo aprendido”, “objetivos de aprendizaje”, “Evalúa el grado en que los alumnos
alcanzaron los aprendizajes esperados”, dan luces de que no es posible evaluar
lo que no se ha enseñado. Si esto es tan evidente, ¿cómo se evalúa a los
docentes en aquello para lo cual no se les formó o cuyo saber han alcanzado
mediante la experiencia, búsquedas personales de formación y no en procesos
sistemáticos, en contraste con una evaluación muy ordenada y sistemática?
[1] Se
destinaron fondos específicos para perfeccionamiento. Sería interesante
establecer el uso dado a esos recursos, la calidad de los perfeccionamientos y
el surgimiento del mercado del cursos y asesorías; el impacto y la relación
costo-beneficio;
[2] Se
publicó el año 2000, como uno de los productos de las comisiones de educación
que buscaban mejorar la calidad de la enseñanza. Debía orientar, en primer lugar, a las universidades en la formación de
los nuevos profesores al establecer
desempeños y perfiles de egreso; en segundo lugar, debía ser la base para
determinar los niveles de competencia que debían manifestar los docentes
sometidos a evaluación.
[3]
Cox et alter
[5] Dos temas por desarrollar son la
asistencialidad educativa como paliativo a la desigualdad y la consideración de aquellas escuelas que
basan sus logros en el capital cultural, social y económico de sus alumnos como
modelos a seguir en el sistema educativo chileno, dejando de lado la tarea que
corresponde a la intervención educativa como herramienta para incrementar las
oportunidades que debe tener cada alumnos
[6]
Uno de los instrumentos de evaluación es una entrevista realizada por un
evaluador par, a modo de triangulación de datos obtenidos a través de otros instrumentos.
[7] El
efecto preuniversitario también es digno de estudio. Es singular que los
mejores rendimientos de estos centros correspondan a los alumnos que a su vez
tienen excelentes desempeños en sus liceos, incluso becan a alumnos del último
ciclo de Enseñanza Media que estén en el percentil superior para asegurarse
buenos puntajes que incrementen las estadísticas
[8]
Los instrumentos pueden ser revisados en www.docentemas.cl
[9]
Ocurre lo mismo en los establecimientos subvencionados, pero la Evaluación
Docente se aplica sólo a los municipalizados.
[10] Educación
2020 se define como un movimiento ciudadano que pretende mejorar la
calidad y la igualdad en la educación hacia el año 2020. Sobre su origen y propuestas,
véase www. educacion2020.cl
[11]
El documento Agenta inmediata 2009-2010 puede ser revisado en http://www.educacion2020.cl/index.php?option=com_docman&task=cat_view&gid=54&Itemid=55
[12]
Otro aspecto digno de un estudio cuantitativo ( horas dedicadas a trabajar en
casa versus horas dedicadas a actividades no laborales) y uno cualitativo
(deterioro de las relaciones y del bienestar del grupo familiar de los
profesores).
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