sábado, 24 de marzo de 2012

Evaluación "rigurosa"

“La apariencia de rigor se convierte en una amenaza de perfiles contundentes. Los ribetes científicos disminuyen la capacidad de crítica y prestan un peligroso aval. Si entendemos/practicamos la evaluación como un proceso difícilmente contestable en su concepción, en su desarrollo, en su utilización, difícilmente podrán ser discutidas las conclusiones: ‘Este alumno ha suspendido’, ‘este centro escolar es malo’, ‘esta experiencia educativa es excelente’, ‘esta actividad tiene que desaparecer’, ‘estas personas tienen que ser excluidas’”.. (Santos Guerra, 1988: 144)




               Cuando hablamos de control de calidad en la industria lo que se busca es establecer la distancia que existe entre el producto que se ha elaborado y aquel que se ha diseñado, y del cual se tiene un prospecto que ha superado las pruebas iniciales antes de constituirse en el modelo que orienta la producción. El estándar viene dado por las cualidades técnicas, la utilidad a la cual es posible atender dado los rasgos peculiares que posee y el acabado final. Si el producto obtenido no responde al modelo, se revisa el proceso de producción para realizar los ajustes necesarios hasta que se cumplan los estándares previstos. Ahora bien, no importa quién lleve a cabo los procesos siempre que cumpla con el perfil de competencias requerido y tampoco dónde se realice la producción, pues los procesos ya están definidos de antemano y sólo se modifican si cambia el diseño del producto.
                Parece obvio que lo anterior no debería aplicarse en un aula, o en general en educación. No obstante, lo que subyace a ciertas prácticas evaluativas indican lo contrario, sobre todo relacionadas con certificación de centros, desempeños escolares para acceder a estudios superiores, evaluación docente. Pareciera haber un modelo de organización al que debe responder el centro escolar y que, en teoría, debería producir estudiantes con determinados competencias deseables para su inserción social y desarrollo personal. Se describen procesos generales, se desarrollan iniciativas conforme las temáticas de moda, se realizan prácticas de innovación que no logran sostenerse en el tiempo, mientras lo que efectivamente sucede en un centro escolar no puede ser reducido a un diseño de proceso en el que sólo operen constantes, situaciones invariables y el ‘producto’ no fuera capaz decisiones ni juicios.
                O tal vez si sería posible si la educación se remitiera específicamente a la instrucción y a la adquisición de competencias para desempeñarse en ámbitos muy específicos y , aún más, si fuera posible descartar a todos aquellos que no lograran los aprendizajes mínimos. También se aplicaría a la evaluación docente, pues es fácil establecer los requisitos de un buen instructor cuando se le asocia a lo que debe enseñar y se conocen o se han descrito claramente las estrategias para que los alumnos aprendan lo que enseña. Amén de parecer una paradoja, así es como se diseñan procesos de evaluación externa concibiendo la educación como instrucción, pues desde esa perspectiva, los estándares parecen más precisos y los procesos se pueden orientar mejor.
                El problema es que hay un discurso compartido por muchos en el cual se tiene la pretensión de ir más allá de la instrucción hacia la formación, hacia la posibilidad de que un ser humano haga emerger de otro ser humano toda su potencialidad. Y esto encuentra dificultades que opacan las buenas intenciones, porque no se cuenta ni con la descripción de los procesos necesarios para ello, ni es posible pasar por alto que esa finalidad requiere de un perfil docente que excede lo profesional y atañe a lo humano: podemos saber lo que queremos, incluso escribir sobre ello, pero no necesariamente sabemos cómo hacerlo ni poseemos en nuestro acervo personal la experiencia de haberlo logrado siquiera con nosotros.
                        No es negar a los grandes anhelos humanos el poder que tienen para hacernos trascender; pero sí es dar a la evaluación el valor relativo que le corresponde, el mismo valor que deben tener tanto los estándares como los modelos que pretenden validar la realidad y anteponerse a ella.
                        Un ejemplo baste para ilustrar la inconveniencia del afán de totalidad: cuando se aboga por evaluar lo conceptual, lo procedimental y lo actitudinal, se debe pasar de la generalidad discursiva a lo operacional, a saber no sólo qué se va a enseñar sino a las estrategias didácticas que permitan generar aprendizajes. El silencio frente al “cómo se hace” no oculta la humildad profesional sino una gran interrogante que debe resolverse en la práctica del aula; pero que no necesariamente será respondida. Por otro lado, lo actitudinal no se comprende siempre como los valores inherentes o en relación intrínseca con determinados conceptos o procedimientos, por lo que se saturan las planificaciones y luego las evaluaciones con valores descontextualizados y que, además,  nunca estuvieron presentes en la actividades de aprendizaje, ni en las rutinas de aula: se planifica lo que no se hará y se solicita evaluar lo actitudinal como si el docente supiera cómo desarrollarlo  más allá del discurso (cuando no el sermón). Lo que sí  sigue evaluando el profesor es lo susceptible de instrucción o aquello frente a lo cual sabe instruir. 

El problema no es el dato, sino el dato aislado;
el problema no es la evaluación, sino la evaluación descontextualizada
Aún más lo que sigue evaluando el sistema de admisión a la universidad, por lo menos en Chile, es lo susceptible de instrucción masiva: conceptos y relaciones, competencias fundamentales relacionadas con lectura y operatoria matemática en distintos niveles y aplicadas a distintos contenidos. Cuando los centros escolares sólo preparan para ello, se dice que ‘adiestran’; no obstante se les felicita por el logro de los ‘estándares’ que fundamentan esas evaluaciones.



                                Es posible  diseñar, incluso imponer, procesos evaluativos exhaustivos en los que hay implícita una representación de la realidad con afán de totalidad. De la misma manera elaborar instrumentos de evaluación que pretendan dar cuenta de todas dimensiones posibles de abordar en el control de calidad de un aprendizaje complejo. El problema es que anterior al instrumento no se ha desarrollado un proceso que comprenda todas las dimensiones descritas y que la distancia entre la representación de la realidad que subyace al instrumento, que es un ideal descontextualizado y atemporal,  y lo que efectivamente se trabaje en un aula exhaustivamente y a escala humana, sea simplemente insalvable. Sólo es posible evaluarlo todo, si se han desarrollado estrategias de enseñanza, si se han diseñado actividades de aprendizaje y si se han implementado de manera que sea posible hacerlo todo; y aun así siempre y cuando consideremos que los alumnos son una constante del sistema y  no otra de las variables (sólo algo sobre lo cual se ejerce una influencia que modifica su conducta).
                                 La apariencia de rigor de la evaluación tiene que ver más con un ejercicio de poder, que con la búsqueda de un lenguaje común, de ciertos criterios que nos permitan tomar decisiones y está más ligada  a una perspectiva tecnológica de la evaluación que, no obstante, nos da cierta certeza y argumentos para justificar las decisiones que tomamos y sostener nuestra autoridad.


                                  Cuando se evalúa el desempeño de los docentes en la práctica de aula, por ejemplo, se elaboran listas exhaustivas de ítemes distribuidos en varias dimensiones.    
Se intenta describir el comportamiento ideal y se asegura la rigurosidad a través de mecanismos clásicos que otorgan validez y fiabilidad, y el instrumento es técnicamente perfecto. No obstante, la evaluación se reduce a una única observación o a observaciones parciales, a partir de las cuales se emiten juicios sobre desempeño. Se confunde en este punto el uso de instrumentos de recogida de información para contribuir con la mejora y la formación del docente, con la recogida de datos para una investigación, con el dar un dictamen sobre el estado del arte sin considerar las condiciones reales en que el comportamiento descrito acontece.

"una tecnología compleja que [requiere] información y práctica en el desarrollo de sistemas de medición fiables y válidos construidos de manera que sean capaces de capturar la complejidad de la información sobre la ejecución de los aprendizajes por parte de los estudiantes” (Mateo, 20oo:61)

                                         Subyace en esos instrumentos un perfil de competencias docentes descontextualizado y atemporal.  Cuando un aula está saturada de estudiantes, difícilmente el docente a cargo generará estrategias que permitan el aprendizaje de todos los estudiantes y atenderá las necesidades individuales; no obstante se le considera competente si es capaz de obviar esta situación, por lo tanto la competencia docente se transforma en resiliencia.

                                    En conclusión, dos ideas para la reflexión:

       1.        una educación que pretende abordar todos los aspectos de lo humano, pero que se evalúa en términos de instrucción; y tal vez deberíamos aspirar a dar una buena instrucción antes que una mediocre educación, o una instrucción disfrazada de educación;
       2.       todo proceso evaluativo y los instrumentos que en él se consideren responden a un perfil a un determinado modelo de la realidad, que aunque sea muy exhaustivo y teóricamente completo, sino se sitúa como parte de un proceso real, en los centros, es sólo una referencia que pierde su valor orientador o, en términos perversos, orienta hacia un modelo que genera frustración constante porque requiere de otras situaciones contextuales, incluso ideales, para ser desarrollados y  no sólo la buena voluntad de los agentes escolares.

Como señala Gairín (2009: 16)
“ la evaluación, desde la perspectiva tecnológica, suele enfatizar en la valoración de acuerdo a un modelo preestablecido y aplicado de una manera uniforme  a todas las situaciones independientemente del contexto en el que sitúan. La verificación se realiza a partir de indicadores para la construcción de una instrumentalización variada”.
 
                  La asepsia y objetividad que se asignan a esos modelos no permite el cuestionamiento.  Pero es posible contextualizarlos y utilizarlos como medios para obtener información que permita la autorregulación, es decir, que se inserte en “procesos vinculados a la mejora permanente de la intervención, a partir fe la actuación de los propios protagonistas” (Gairín, 2009:6). Pueden ser reconducidos, revalorizados en función de las características y necesidades de una comunidad determinada y condicionar el valor de la información que permitan recabar a la congruencia con la realidad de la que pretenden dar cuenta.


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Referencias bibliográficas
Gairín Sallán, J., Bautista García-Vera, A., Díez Arcos, P., Espanya, & Instituto Superior de Formación y Recursos en Red para el Profesorado. (2009). Nuevas funciones de la evaluación. Madrid: Ministerio de Educación. Secretaría General Técnica. Subdirección General de Información y Publicaciones.
Mateo Andrés, J., & Universitat de Barcelona. (2000). La evaluación educativa, su práctica y otras metáforas. Barcelona: ICE Universitat de Barcelona.
           Santos Guerra, Miguel (1988), Patología general de la evaluación educativa. En Infancia y aprendizajeN°41, 143-158.







lunes, 5 de marzo de 2012

Evaluación de Desempeño Docente en Chile o cómo instalar la evaluación sin un proceso de formación


Relación entre evaluación docente y formación permanente


La evaluación docente se introdujo en  Chile como un proceso que pretendía evaluar a los profesores en cuanto a sus prácticas pedagógicas y su nivel de reflexión frente a la información que su propio quehacer les proporcionaba. Este proceso se enmarca, según Cox et alt (2011:16),  en una serie de políticas desarrolladas a partir de los años ’90, que buscaban el fortalecimiento de la profesión docente y  el mejoramiento de la calidad de la educación. Los ámbitos considerados en esta estrategia eran:
-“construcción de un discurso público sobre la importancia de la educación;
- nuevos y mayores incentivos para atraer candidatos a la profesión docente y retener a los docentes efectivos;
- un apoyo creciente a los profesores en ejercicio con mayores recursos para el desarrollo profesional[1];
- y un ordenamiento jurídico que ha mejorado ostensiblemente sus remuneraciones” (ibídem).

                La revisión histórica del proceso señala que el estándar de evaluación fue elaborado por un subcomité de la comisión tripartita de educación, que consideró como  fundamento los estándares definidos el año 2000 para la formación inicial docente, después de un proceso de consulta a las bases gremiales.  El trabajo específico fue delegado en un subcomité y culminó con la aprobación del Marco para la buena enseñanza  en 2002,  después de dos consultas públicas realizadas en diciembre de 2001 y abril de 2002.

                El proceso de evaluación propiamente tal comenzó el año 2005 y ha proseguido de manera gradual incorporando los distintos niveles (Enseñanza Básica, Enseñanza Media)  y modalidades de enseñanza (humanista-científico; técnico-profesional; diferencial, educación parvularia), así como los sectores de aprendizaje (lenguaje y matemática en una primera etapa; ciencias, idioma extranjero, artes, educación tecnológica y religión en un segunda etapa).
                Sea cual sea el origen del documento que estableció los estándares de desempeño, lo cierto es que el proceso de apropiación fue dispar en profundidad y en extensión. Los establecimientos recibieron el Marco para la Buena Enseñanza: algunos realizaron jornadas sensibilización, otros los distribuyeron para su lectura, otros quedaron en las bibliotecas de los establecimientos o en las oficinas de las Unidades Técnico-Pedagógica. Para muchos profesores su primer acercamiento  fue al abrir el portafolio de evaluación en el que se adjuntaba como material complementario.
                La evaluación docente se estructura en torno a la construcción de un portafolio, la filmación de clases, la evaluación de un par y los informes de referencias del Director del Establecimiento y del Jefe de Unidad Técnico-Pedagógica.  La información recopilada  a partir de estas evidencias se contrasta hasta llegar a la elaboración de un informe final que contempla la categorización del desempeño del docente en uno de los cuatro niveles: insatisfactorio, básico, competente y destacado.
                Los instrumentos y los criterios de evaluación fueron conocidos por los primeros docentes que se evaluaron al momento de recibir oficialmente el portafolio. Si bien se habilitó una página web (www.docentemas.cl) en la que se describen las etapas, los plazos, los instrumentos, el procedimiento de evaluación y las entidades evaluadoras, además del marco legal de la evaluación, el acceso  de los profesores sólo se produjo en los procesos posteriores al año 2005.
                En los últimos años se ha incorporado una encuesta on line para que los docentes evalúen distintos aspectos del proceso, como una forma de retroalimentar a los administradores del sistema y a los organismos que elaboran los instrumentos y emiten los informes finales.
                La evaluación docente de acuerdo a los documentos que la fundamentan tiene por objetivo el contribuir al mejoramiento de las prácticas pedagógicas y constituirse en una instancia de reflexión sobre el quehacer docente; no obstante los procedimientos empleados desvirtúan el fin y dejan de manifiesto el “olvido” de principios básicos de evaluación:
1° No se puede evaluar lo que no se ha enseñado/ Se evalúa lo que se enseña:
-          El Marco para la buena enseñanza   contiene la descripción del desempeño considerado como deseable en un docente. Se elaboró a partir del documento Estándares de Desempeño para la Formación Inicial, que definía los estándares que debían alcanzar los egresados de pedagogía.[2] Como todo contenido, tiene una base conceptual que puede ser comprendida a través de la lectura; pero es principalmente una “forma de hacer”, una práctica sustentada en un componente ético, que no se instala en el quehacer  sino en a través del quehacer mismo.
Acaba de ser publicado un libro que recoge los orígenes y el proceso que la evaluación docente ha seguido en estos ocho años que lleva de implementación[3]. En los primero capítulos, se revisa la formación de comisiones tripartitas que definieron todos los aspectos, los fundamentos técnicos de la elaboración de los estándares y que determinaron las decisiones tomadas. No se describe la estrategia que se empleó para instalar el perfil y los desempeños óptimos  que debían poseer los docentes que están en el sistema y que fueron evaluados, quienes se formaron y re-formaron con otros perfiles y requerimientos que respondieron a otros procesos socioculturales. 
Se mencionan cuatro instancias de  difusión de la evaluación (Cox  et alt. 2011: 27-32) y ninguna de ellas corresponde a “formación” o “capacitación” docente de acuerdo con los nuevos desempeños exigidos.
 Se menciona una consulta nacional en la que participaron un porcentaje considerable de profesores del sector municipalizado (80%), pero  en esta tampoco se consideraron preguntas sobre la actualización previa que requerirían los docentes que ya estaban en el sistema, para cambiar o mejorar sus prácticas para luego someterse a la evaluación.
Se menciona además un proyecto piloto de evaluación que se llevó a cabo en algunos establecimientos de cuatro comunas del país, más bien como un proceso estándar para validar-fiabilizar instrumentos y precisar procedimientos que como un proceso de formación y aprendizaje para los docentes participantes.
Lo más sorprendente es que, ausente el proceso de formación o a lo menos de capacitación previa, tampoco se consideró que la primera evaluación de cada docente se constituyera en un diagnóstico de desempeño que orientara los programas de formación permanente y que impulsara efectivamente el desarrollo profesional, para luego realizar una evaluación docente como la que se encuentra implementada en la actualidad.
Tampoco se generaron instancias de capacitación o programas de formación permanente, desde el MINEDUC o de otras instituciones privadas, una vez que el proceso se inició. Posteriormente, ha ido surgiendo un mercado de ofertas de capacitación producto de la reacción ante la demanda de los docentes por “formarse”.
En síntesis, se demandó a los docentes una práctica pedagógica que no conocían formalmente y que han ido descubriendo ante la necesidad de aprobar una evaluación.
Hay docentes que han desarrollado prácticas anteriores a la existencia del Marco para la buena enseñanza, totalmente acorde con el perfil de desempeño propuesto, pero producto de un esfuerzo formativo personal que no puede constituirse en norma y menos ejemplo de cómo deber realizarse un proceso de apropiación de un modelo de práctica docente.

-          Por otro lado, sería importante investigar  la incorporación  de los Estándares Desempeño  para la Formación Inicial  en las mallas curriculares de las universidades e institutos pedagógicos. Me inclino a augurar que los resultados indicarán que no fue antes del año 2005 y, esto, de manera dispar en las distintas Facultades de Educación.
Los estándares de desempeño para la formación inicial docente fueron publicados en el año 2000.  Fueron recogidos por el MINEDUC en una nueva propuesta que se denomina Programa Inicia[4],  entendido como un componente del Programa para el Fomento de la Calidad de la Formación Inicial. Tiene por objetivo  fortalecer la formación de docentes en las instituciones de educación superior. Contempla tres líneas estratégicas:
·         definición  de orientaciones para la formación inicial docente y estándares para la carrera de pedagogía;
·         diseño e implementación de una evaluación diagnóstica de los egresados de pedagogía que utiliza como referente los estándares definidos en la primera línea estratégica;
·         una línea de apoyo a las instituciones para mejorar la formación inicial a partir de los resultados de la evaluación diagnóstica y en vistas de los estándares de desempeño;
·         inserción laboral de docentes principiantes que tiene como eje la creación de las mentorías.

Lo singular de este programa es que ya se realizó la primera evaluación de egresados el año 2010, sin embargo los estándares para algunas de las especialidades de pedagogía recién aparecieron los años 2009 y 2010 (lenguaje y matemática) y están pendientes los correspondientes  a la formación de docentes en otros sectores de aprendizaje.
De nuevo se evalúa un perfil de desempeño, en este caso de egreso  de carreras de pedagogía, que aún no ha permeado las mallas curriculares;  por lo tanto los egresados han sido formados con una disparidad absoluta de criterios y en perfiles profesionales con distintos grados de cercanía a los estándares evaluados.

-          La etapa de difusión del Marco para la buena enseñanza, no logró constituirse en un proceso de formación que generara una revisión de las prácticas docentes y una modificación de la forma de concebir el quehacer pedagógico centrado en el aprendizaje de todos los alumnos ( uno de los principios que caracterizan el perfil de desempeño), cuestión que no es menor en un sistema educativo que privilegia la competencia entre establecimientos y la selección de alumnos como medio para ostentar logros en las mediciones nacionales[5].

2° Los procedimientos e instrumentos de evaluación deben ser coherentes con las actividades de aprendizaje  y las actividades de evaluación realizadas durante el proceso de enseñanza (en este caso proceso de formación docente). Esto también
-          Si no existió un proceso de formación del profesorado basado en los nuevos estándares, que fuera sistemático y consistente, no es posible que la evaluación sea coherente con actividades que no existieron.
-          Esta falta de coherencia lleva al surgimiento de soluciones “perversas” para responder a la evaluación docente. Aunque pudiera ser un “mito urbano” valdría la pena reflexionar sobre  las causas de situaciones como la contratación de docentes por otros docentes para que realicen sus portafolios o consultoras  que venden portafolios ya hechos de acuerdo a las características que se demanden.

En la misma línea de las soluciones “alternativas” estuvo la eximición de los procesos de evaluación  a través de la inscripción para ser evaluador par[6]. Hasta el año 2010, no era requisito haber sido evaluado para participar como evaluador. Algunos quisieron vivir el proceso primero desde el conocimiento de los estándares de evaluación y de uno de los instrumentos empleados, para ser evaluados al año siguiente; otros, simplemente, postergaron su evaluación un año. La capacitación para ejercer esta función era de dos días y eran seleccionados como evaluadores pares los que aprobaban una evaluación final.
3° Los procedimientos e instrumentos de evaluación deben ser conocidos por la persona que va a ser evaluada.
-          El portafolio como procedimiento de elaboración de evidencias fue conocido por los docentes cuando fueron evaluados; los informes de referencia de terceros emitidos por directores y jefes de UTP no necesariamente son conocidos por los docentes (la ley no obliga a comunicar al docente este informe).

-          Los profesores aprendieron a “aprobar la evaluación”, respondiendo eficazmente a los instrumentos a los que son sometidos y no cambiando necesariamente su práctica pedagógica o el saber implícito que determina su hacer. Se “adiestraron” en una forma de “hacer”, de “responder” a una evaluación, semejante al efecto de adiestramiento en test que realizan los preuniversitarios en Chile, que nivelan contenidos de Enseñanza Media y someten a evaluaciones intensivas a sus alumnos, a fin de que alcancen puntajes para ingresar a la universidad.[7]

4° La evaluación auténtica es aquella que considera los contextos reales de aprendizaje, en este caso, el contexto real de ejercicio de la labor docente, entorno en el que se acrecienta el saber pedagógico y es por sí mismo el espacio de su formación permanente.

-          El problema de incluir el contexto en la evaluación fue solucionado por los evaluadores incorporando en los instrumentos espacios para reflexionar en torno a factores que condicionaban el éxito del quehacer docente y pudieran impedir un desempeño competente y destacado[8].
No obstante, los contextos y las condiciones en los que se realiza el proceso de evaluación  por sí mismos impiden el buen desempeño. Algunos ejemplos del dimensionamiento irreal del diseño de evaluación por parte de quienes tuvieron la responsabilidad de su elaboración:
·         El portafolio es entregado a los docentes a comienzos de las vacaciones de invierno (julio) y lo contenidos y objetivos entre los que debe optar, corresponden a lo ya trabajado el primer semestre; por lo tanto los docentes readecúan las planificaciones anuales en función de la demanda de la evaluación y no por razones estrictamente pedagógicas;
·         la planificación de las horas de clase del portafolio, la preparación de las mismas, de los materiales y  de los instrumentos de evaluación de las unidades trabajadas, así como la reflexión en torno a la práctica, exceden las horas que el docente dispone para realizar este trabajo.
En la realidad laboral de los docentes del sistema municipal[9], las horas no lectivas se reducen al mínimo que permite la ley, en función del criterio de racionalización de los recursos, en el que las horas de contrato son un costo que hay que reducir y se da valor económico sólo a las horas que el profesor está frente a curso. No se considera como importante el tiempo para Preparación de la enseñanza  y para atender las Responsabilidades Profesionales, dos de las cuatro dimensiones que se consideran en la evaluación docente y de las cuales dependen la Creación de un ambiente propicio para el aprendizaje y la Enseñanza para el aprendizaje de todos los estudiantes.
Se pide de los docentes una dedicación a dos tareas que no tienen asignado un tiempo real de ejecución. No estaría de más un estudio acerca del tiempo que un docente competente o destacado necesita para preparar clases que deben atender la diversidad, ser significativas e ir a la par de la contingencia y de ejes trascendentes, con recursos actuales y actividades de aprendizajes  auténticas; además de lo que dedica a la reflexión sobre sus clases, la revisión de evaluaciones, la preparación de retroalimentación y nuevas unidades de apoyo; o compartir con otros docentes sus mejores prácticas y aprender de otros cómo mejorar las propias.
A propósito de esto, Educación 2020[10] en su propuesta  para los años 2009-2010, que coincidía con el cambio de gobierno señaló[11]:

                          “En Chile, los profesores deben dedicar 75% de su jornada laboral a la enseñanza en la               sala de clases, dedicando sólo el 25% restante a preparar sus clases, corregir pruebas, planificar, atender a alumnos y apoderados y monitorear alumnos con problemas. La cantidad de horas de trabajo en aula es muy superior al promedio de los países de la          OCDE en el nivel primario, brecha que aumenta en el nivel secundario.
                                  La mejora de la calidad docente no depende sólo del esfuerzo personal de los profesores sino también de un sistema que les entregue las herramientas y el apoyo necesarios para lograrlo. Resulta indispensable asegurar que tengan el tiempo suficiente para preparar los contenidos de lo que van a enseñar a sus estudiantes y evitar que lleguen a un nivel de desgaste tal que simplemente les impida entregar lo que saben.
                                  Nos alegra profundamente que en el discurso presidencial del 21 de Mayo este punto haya sido mencionado, y que se comiencen los estudios necesarios para poder determinar una relación horaria lo más adecuada posible. Esperamos avanzar gradualmente, en un plazo prudente, a una relación más cercana al promedio de los países desarrollados, otorgando una muy especial prioridad a las escuelas vulnerables, donde es evidente que se requieren más horas profesionales por cada alumno, dado los numerosos problemas psicosociales que los aquejan. Si bien ésta es una de las medidas más costosas que hemos propuesto en nuestro primer documento Hoja de Ruta, y que sólo funcionaría en el contexto de un cambio sistémico, es al mismo tiempo una propuesta vital para corregir la inequidad educativa.
                                  Cabe consignar que el planteamiento del Colegio de Profesores al respecto, es que esta reducción conduzca a una relación 60/40 de horas lectivas/no lectivas. No estamos en condiciones de validar esta cifra, pero obviamente está en un rango de lo que razonablemente se puede discutir. Pero insistimos en que esto debe llevarse a cabo, con una particular focalización en las escuelas vulnerables. “(Educación2020, 2009:14)

                   Los docentes dedican habitualmente tiempos extraordinarios, fuera de los establecimientos, para realizar su trabajo a costa de su vida familiar[12]. La evaluación docente se instaló en un tiempo inexistente, con el consiguiente stress y sobrecarga de actividades.  Los docentes no dedican horas a tareas como las que demandó la Evaluación Docente en el ejercicio habitual de su trabajo, salvo que sean sometidos a una nueva evaluación.
                  
·         La observación de clase corresponde a un montaje escénico de 45 minutos donde han de demostrarse las competencias relacionadas con el ambiente propicio para el aprendizaje de todos los estudiantes. Sólo una filmación cuya retroalimentación aparece en el informe final que se hace llegar al docente al año siguiente donde ya se le ha clasificado en un nivel de desempeño.

La clase filmada posee una doble descontextualización: trata de dar cuenta de una práctica que no necesariamente es la del docente si no la que se espera, según los estándares; y todos “actúan” (profesor-alumno) para dar la mejor impresión de las competencias del docente. En el mejor de los casos si el docente tiene las competencias y el ambiente de clases es el habitual, nadie se comporta de manera natural cuando es filmado.


                  Con respecto a ese Informe final, en el estudio publicado por el MIDE de la Pontificia Universidad Católica (Cox et alt. 2011:78) se señala que:

                  “Además, para cada dimensión, el docente recibe información detallada en términos de: las prácticas características de un desempeño consistente con el estándar (nivel Competente), los aspectos logrados que se identificaron en su evidencia (aquellos indicadores de evaluación en que su desempeño fue calificado como Competente o Destacado) y aquellos que requieren ser desarrollados o mejorados (nivel Básico o Insatisfactorio).
                  Los resultados de la Entrevista por un Evaluador Par y los Informes de Referencia de Terceros se reportan de manera conjunta en una tabla de doble entrada que indica para cada dominio del Marco para la Buena Enseñanza, el nivel de desempeño obtenido por el docente expresado en la escala de cuatro niveles del sistema. Una segunda tabla, similar a ésta, da cuenta de los datos de la Autoevaluación.

                  Finalmente, el informe da a conocer al docente el nivel de desempeño resultante de la ponderación de los cuatro instrumentos, así como la decisión tomada por la Comisión Comunal de Evaluación, indicando si ésta ha ratificado o modificado el primero y definiendo así su resultado final en el proceso.”

Para los que hemos tenido la oportunidad de leer varios de estos informes, gracias a la generosidad de algunos docentes, es claro que la retroalimentación es igual para todos los que  presentan debilidades similares de acuerdo con un determinado indicador; no son personalizadas ni atienden a las capacidades individuales ni a las realidades contextuales en las que laboran cada uno de ellos. Por lo tanto es contradictorio, por ejemplo, que se pida como una de las tareas del portafolio que el docente elabore un informe personalizado para un estudiante, en el que retroalimente su desempeño (fortalezas y debilidades) y lo oriente en la mejora de su aprendizaje, si el propio informe final que recibe  el docente evaluado corresponde a retroalimentaciones prediseñadas de acuerdo a los inputs de entrada. Es la forma en que se ha resuelto la masividad de la evaluación y la pretensión “científica” de evaluar todos los aspectos del quehacer docente. A veces más no es mejor y lo perfecto es enemigo de lo bueno.

Lo paradójico de este tema es que los cuatro principios de evaluación que aquí se han mencionado  están considerados en los descriptores de la dimensiones del Marco para la buena enseñanza (MINEDUC 2008: 17-21),  y corresponden a la manifestación de competencias en evaluación. Específicamente en el Manual del Portafolio, Educación Media, Evaluación Docente 2011, a propósito de los descriptores para evaluar el Producto 2: Evaluación de la Unidad pedagógica (MINEDUC 2011: 17) encontramos:


Donde es claro que no hay evaluación que no se relacione con objetivos de  aprendizaje. ¿Cuál fue el proceso de formación docente que se planificó para que luego fuera posible una evaluación? ¿En qué procesos de aprendizaje participaron los docentes previos a la evaluación docente?¿Cómo se pueden evaluar aprendizajes esperados, desempeños esperados, si los profesores responden a otros perfiles de egreso?


Frases como “maneras de aprender”, “recursos de aprendizajes congruentes”, “demostrar lo aprendido”, “objetivos de aprendizaje”, “Evalúa el grado en que los alumnos alcanzaron los aprendizajes esperados”, dan luces de que no es posible evaluar lo que no se ha enseñado. Si esto es tan evidente, ¿cómo se evalúa a los docentes en aquello para lo cual no se les formó o cuyo saber han alcanzado mediante la experiencia, búsquedas personales de formación y no en procesos sistemáticos, en contraste con una evaluación muy ordenada y sistemática?




[1] Se destinaron fondos específicos para perfeccionamiento. Sería interesante establecer el uso dado a esos recursos, la calidad de los perfeccionamientos y el surgimiento del mercado del cursos y asesorías; el impacto y la relación costo-beneficio;
[2] Se publicó el año 2000, como uno de los productos de las comisiones de educación que buscaban mejorar la calidad de la enseñanza. Debía orientar, en primer  lugar, a las universidades en la formación de los nuevos profesores  al establecer desempeños y perfiles de egreso; en segundo lugar, debía ser la base para determinar los niveles de competencia que debían manifestar los docentes sometidos a evaluación.
[3] Cox et alter
[5]  Dos temas por desarrollar son la asistencialidad educativa como paliativo a la desigualdad y  la consideración de aquellas escuelas que basan sus logros en el capital cultural, social y económico de sus alumnos como modelos a seguir en el sistema educativo chileno, dejando de lado la tarea que corresponde a la intervención educativa como herramienta para incrementar las oportunidades que debe tener cada alumnos
[6] Uno de los instrumentos de evaluación es una entrevista realizada por un evaluador par, a modo de triangulación de datos obtenidos  a través de otros instrumentos.
[7] El efecto preuniversitario también es digno de estudio. Es singular que los mejores rendimientos de estos centros correspondan a los alumnos que a su vez tienen excelentes desempeños en sus liceos, incluso becan a alumnos del último ciclo de Enseñanza Media que estén en el percentil superior para asegurarse buenos puntajes que incrementen las estadísticas
[8] Los instrumentos pueden ser revisados en www.docentemas.cl
[9] Ocurre lo mismo en los establecimientos subvencionados, pero la Evaluación Docente se aplica sólo a los municipalizados.
[10] Educación 2020 se define como un movimiento ciudadano que pretende mejorar la calidad y la igualdad en la educación hacia el año 2020. Sobre su origen y propuestas, véase www. educacion2020.cl
[11] El documento Agenta inmediata 2009-2010  puede ser revisado en http://www.educacion2020.cl/index.php?option=com_docman&task=cat_view&gid=54&Itemid=55
[12] Otro aspecto digno de un estudio cuantitativo ( horas dedicadas a trabajar en casa versus horas dedicadas a actividades no laborales) y uno cualitativo (deterioro de las relaciones y del bienestar del grupo familiar de los profesores).